REVISTA MINERÍA 551 | EDICIÓN AGOSTO 2023

MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero MINERÍA / AGOSTO 2023 / EDICIÓN 551 106 calabazas con agua a manera de moderna cantimplora; completaban su vestimenta con gruesas rodilleras para forrar las piernas, pues debían trabajar de hinojos para llenar de mineral en capachos de cien libras con las escápulas de mula a guisa de palas. Los Japiris bajaban de rodillas a las profundidades de la mina por graderías hechas de madera de quinuales o de piedra. La secuencia del trabajo era así: adelante iban los barreteros rompiendo a pulso el mineral con toscos chuzos de hierro de dieciocho pulgadas y veinticinco libras de peso a los que golpeaban con un martillo de veinte libras. Luego el mineral era entregado a los Japiris encargados de subirlo y sacarlo hasta la “cancha” donde sus mismos hijos escogían solo lo aprovechable con la conocida práctica del “pallaqueo” luego, y cerrando el círculo infame, las mujeres lo molían en grandes batanes de piedra y lo envasan en costales de cuero para el traslado a las haciendas. Hombre, mujer e hijos formaban esta cadena infame de explotación. La mejor descripción del trabajo minero colonial desarrollado por los Japiris lo da uno de los tantos hombres santos que colmaron la colonia, el español “apóstol” Buenaventura de Salinas y Córdova quien comunicaba a sus superiores clericales las desgracias del trabajo minero en el Perú con estas crudas palabras: “El tormento comenzaba con el tiempo que los tenían sepultados en los antros infames de los socavones, estrechos, húmedos y pestilentes, en los que a veces caían asfixiados por falta de aire y saturación del humo de las velas de sebo que los alumbraban. Entraban cuando las luces aurorales asomaban y no salían sino con la oscuridad de la noche. Al mediodía contaban con media hora para almorzar”. En esta labor los dueños de las reales minas contrataban como “vigilantes” a la soldadesca española desempleada —las guerras quedaron allá en Europa y muchos escoraron aquí para hacer “su” América—. Estos vigilantes comandados por un capataz y provistos de un largo látigo, semejante al tripallium romano, se encargaban de “acelerar” el avance de la obra. Otro hombre santo, el padre Miguel de Avia, sacerdote que también se dolía de aquellos abusos e igual llamaba la atención sobre la indolencia española con los naturales: “Estos pobres indios son como las sardinas del mar. Así como los otros peces persiguen a las sardinas para hacer presa de ellas y devorarlas, así todos en esta tierras persiguen a los miserables indios, y a menos que alcancen algún apoyo y protección, serán acabados también como las sardinas”. A todas estas crueldades añadamos las epidemias de gripe, verruga, tisis minera o viruela que los arrasaban. El mismo fraile habiendo observado directamente el sufrimiento minero, escribía afiebrado de indignación: “La enfermedad que acomete a los mineros es la parálisis producida por el tránsito repentino de una temperatura elevada a otra fría, y también por el continuo uso que hacen del azogue. Los que padecen esta enfermedad se llaman azogados. He visto personas atacadas de parálisis que no podían aún ponerse los dedos en la boca, pues muchos de ellos habían tenido que sufrir por algunos ratos la respiración de los vapores mercuriales. Pero la enfermedad más común es la pleuresía o dolor de costado y la fiebre pútrida o tabardillo. La primera se cura tomando una infusión de ‘mullaca’, hierba de muy pequeña talla que crece en las cercanías o, con lo que llaman ‘huesos de muertos’. La primera planta es de hojas muy menudas y de una frutita

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