MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero MINERÍA / JUNIO 2024 / EDICIÓN 561 79 brotaba plata y que se le podía hallar a flor de tierra entremezclada con la hierba y pronta a ser recogida sin más, lo cual hasta cierto punto era verdad. El viajero que llegaba al Cerro se asombraba al hallar no una sino varias lagunas, la mayor y original era Yanamate, que luego sería renombrada como Yauricocha –Laguna de metales, por su acepción quechua– pero que en su apogeo y en honor a Patar, cacique de aquesas inhóspitas tierras, se comienza a llamar Patarcocha –laguna del cacique Patar– tal como se le conoce hasta hoy. No obstante lagunas igual de opulentas había más: La Esperanza, Lilicocha y Quiulacocha. Los invasores tomaron posesión en nombre del rey español de estas antes libérrimas tierras, las cercaron, llevaron a alguien llamado Real Juez de Minas, quien separó campos para la administración real, para los nuevos apus españoles, ranchos para quienes debían trabajar el paco y, por supuesto, dispuso un camino estrecho para el llamaje que sacaría la plata hacia el puerto vecino a Lima. En muy pocos años surgiría el paisaje del Cerro de Pasco, un pueblo que conocimos al inicio de esta saga conformado por un conglomerado caótico de españoles ambiciosas de plata fácil y preocupados más bien en hallar formas de cómo evadir las reales leyes de explotación minera. Huancavelica, La Villa Rica de Oropesa La tercera mina que devendría en una gran ciudad colonial fue Santa Bárbara, para mayores luces, una mina “gemela” de la antigua mina española del Almadén. En estos lares peruvianos los españoles explotarían con avidez el mercurio obtenido del cinabrio, porque era el elemento sine qua non para extraer las fabulosas cantidades de plata que de los cerros de Pasco y Potosí literalmente brotaba. Acorde con antiguos relatos, apuntemos que, en esas serranías desde hace mucho se extraía el colorante llamado Illimpi, que no era otro que el cinabrio, entonces poco valorado, pero después muy valioso. En los arcanos españoles la línea de certidumbre de esta recordada y trágica mina se consigna así: Hacia finales del siglo XVI y consumada la conquista, la Corona fija como objetivo principal a los colonizadores invasores “recuperar” –vaya eufemismo– en corto tiempo todo el oro y la plata posible para remitirla a la Metrópoli y, a la par, incrementar el afán de indagar por nuevas minas con la advertencia que solo extrajesen oro y plata. Tal avidez los llevaría a consolidar en Huancavelica una temprana villa con sustento en los socavones de la Descubridora, de la Chacllatana y de San Francisco. ¿Cómo llegaron los godos a los predios de Guancavilca, el primigenio asiento español de extracción del azogue? Para develar esta interrogante nada mejor que otear las crónicas españolas de aquellos tiempos matizadas con la leyenda oral. Francisco Pizarro había adjudicado a sus parientes y oficiales notables la mayor parte de los ayllus y parcialidades territoriales del centro del imperio inca conocido entonces como Huánuco, el Viejo. Don Amador Cabrera, noticiado de fabulosas minas de oro e improvisando atajos en los ignotos caminos de las sierras del Pirú a finales de 1562, luego de arduo y penoso ascenso, ubica los altos montes de Guancavilca, un sitio de presuntos pacos de oro y plata. Allí se instala y toma posesión en nombre del rey español. Un año después, de pleno derecho residía ya en feudos de la hoy Huancavelica. Sin embargo, el 4 de agosto de 1571 y media legua más allá, don Francisco de 3. Ubicación de la villa de Pasco en grabado del siglo XVIII.
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