REVISTA MINERÍA 577 | EDICIÓN OCTUBRE 2025

MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero EDICIÓN 577 / OCTUBRE 2025 100 Lo más perturbador de aquella historia no era la búsqueda en sí, sino el hecho escalofriante de que la joven esposa de Octavio se había quitado la vida en los campamentos del Club Peruano después de confirmada la desaparición de su marido en las profundidades de la mina cerreña. Los mineros aseguraban que no fue un accidente ni un derrumbe lo que se lo llevó, sino el Muqui enfurecido. Decían que Octavio había tomado oro que no le pertenecía y, que el duende indignado, lo arrastró al fondo del socavón. Desde entonces, nadie volvió a verlo jamás. Aún hoy, las viejas del campamento, con voz temblorosa y ojos que esquivan la oscuridad, susurran que es ella –la viuda de Octavio– quien vaga cada noche, envuelta en sombras, gimiendo su pena entre los rincones de los lavaderos. Dicen que, si uno presta atención en ciertas madrugadas sin luna, puede oír su lamento arrastrándose entre esos jirones, como si aún buscara al hombre que el Muqui le arrebató. Y ahora ya nadie duerme tranquilo en La Oroya. Hay quienes juran que si uno se aventura solo por los jirones del Club Peruano, en la madrugada se puede topar con la viuda, una silueta envuelta en sombras, gimiendo entre la lluvia, como si aún buscara lo que el Muqui le arrebató. El Muqui de Yauricocha Más allá de toda glosa histórica, los relatos de aparecidos en el socavón se resisten al análisis lógico y ciertamente en cada mina existe uno propio, así resulta que hoy habría distintos muquis “viviendo” en el mundo subterráneo andino. Se les reconoce y nombra por los lugares donde se han manifestado: hay muquis de las minas de Huacracocha, Goyllar, Morococha, El Diamante, Santander, la Tentadora, Julcani, Excélsior, etc. una lista interminable, pues todo forma parte de la rica tradición oral de los socavones del Ande peruano, cada uno con sus detalles, pero todos con la misma esencia: los muquis son custodios del misterio, del oro y del alma del socavón. De aquí en más a este relato lo llamaré el “Muqui de Yauricocha”: Su aparición dizque tuvo lugar en esa mina limeña, en tiempos anteriores a la Cerro de Pasco. Cuenta la conseja que un joven –y por tanto, novato– minero del relevo de la tarde, recibió una orden inesperada de su jefe: “hoy vas a cambiar al turno de noche”. Sin cuestionar, el muchacho acepta y a las 23:45 horas ya estaba presto a trabajar. Llega e ingresa a la mina y nada más al salir de la jaula se da cuenta que estaba en el penúltimo nivel. Felizmente, la madrugada de esa noche solo le tocaba vigilar la bomba de presión. No obstante, el ambiente era denso, el aire cargado de humedad y silencio. Vencido por el cansancio, el joven se dijo a sí mismo: “Me duermo un ratito y después cuido”. Cerró los ojos, confiado en que nada ocurriría, y en un instante dormía profundamente. Entonces, una figura se le acercó. Era nuestro conocido duende de las minas: pequeño, encorvado, con un casco dorado excesivamente grande. Con voz áspera le dijo: “¡Levántate, ocioso! En vez de dormir, deberías estar trabajando”. El muchacho, aún entre sueños, creyó que era su jefe quien lo había descubierto y respondió: “Solo descanso un momentito, jefecito...”. Pero despertó sobresaltado. Al no ver a nadie, intentó encender la lámpara de carburo de su casco… pero no prendía. La oscuridad parecía apretarle el pe-

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