REVISTA MINERÍA 577 | EDICIÓN OCTUBRE 2025

MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero EDICIÓN 577 / OCTUBRE 2025 101 cho. Entonces, la voz volvió a resonar, más cerca, más grave, como si surgiera de las propias paredes: “¿Por qué te desesperas en tratar de ver quién soy? Yo te conozco muy bien... como a todos los que llegan a esta mina que es mi casa. Ustedes vienen, se arrastran por mis túneles, y se llevan mi oro”. Un escalofrío le recorrió la espalda. El silencio era desesperante, por fin logró encender la lámpara, y al frente apareció una criatura diminuta, vestida casi como él, con ropa de minero y un casco dorado que brillaba en la penumbra. Era el Muqui, se quitó el casco lentamente, revelando dos pequeños cuernos y, dentro del casco, como si fuera un cofre, resplandecían incontables monedas de oro. “Ven, trabaja conmigo –se ofreció con voz grave–. Serás más rico que el mismo dueño de la mina”. El muchacho, fascinado, contempló la riqueza con ojos desorbitados. Cuando llegó la hora de salir, el aparecido le advirtió: “Ve a tu casa. Pero eso sí… no cuentes a nadie lo que has visto”. El joven obedeció, aunque la ambición ya le carcomía el alma. Esa misma noche, alegre y desbordado, le confesó todo a su esposa. Juntos hicieron planes para el porvenir, soñando con una vida nueva. Al día siguiente, regresó a la mina. El Muqui ya lo esperaba. “¿No le contaste nada a nadie, verdad?”, fue lo primero que le dijo, con la voz áspera y los ojos brillando en la penumbra. “No”, respondió el joven, nervioso, tragando saliva. “No me mientas”, insistió el Muqui, acercándose un paso más. “Te juro que no…” Pero el Muqui ya lo sabía. El muchacho había hablado con varios conocidos: su capataz, sus compañeros, incluso con gente del pueblo. La noticia se había esparcido como pólvora. “Me mentiste”, dijo el Muqui con voz tan grave, que parecía retumbar en las paredes de la mina. “Le contaste a todos que me viste. Ahora te quedarás conmigo para siempre aquí, en mi casa….”, y casi a la fuerza, le calzó unas pesadas botas de oro que brillaban con un fulgor enfermizo. Luego le susurró, con una sonrisa torcida: “Con estos zapatos andarás. Solo saldrás de aquí cuando se desgasten por completo… así que comienza a correr para desgastarlas”. El mozo intentó huir, y corría y corría por los túneles que conocía de memoria, pero el camino a la jaula de la bocamina nunca lo encontraba, era como si toda la mina hubiera cambiado de forma. Desde entonces, dicen los trabajadores de Yauricocha, vaga por los túneles, llorando y caminando 4. Flamantes campamentos del Club Peruano. En 1927, con el fondo de la novísima fundición a plena capacidad.

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