REVISTA MINERÍA 577 | EDICIÓN OCTUBRE 2025

MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero EDICIÓN 577 / OCTUBRE 2025 102 sin rumbo. Sus lamentos se mezclan con el eco de la perforadora; y el sonido de sus pasos –pesados por las botas de oro– provoca derrumbes que retumban sordos, como si la tierra misma compartiera su pena. Algunos aseguran haberlo visto, con el rostro descolorido por el tiempo y los ojos vacíos, corriendo sin descanso, como si aún intentara desgastar las malditas botas. Pero nadie se atreve a seguirlo. Porque dicen que quien lo encuentre, no vuelve a salir… El Muqui de Ticlio Este es el relato de Juan Temoche, un minero curtido que trabajó en los antiguos socavones de Ticlio, aquí sus aventuras –o más bien, sus desventuras– con el Muqui, sujeto que venimos presentando. Temoche, dizque natural de Piura, pero quien había pasado su vida entre las entrañas de la tierra de los Andes centrales, recorriendo las galerías oscuras y húmedas en busca del mineral que otros convertirían en riqueza. Desde joven, la necesidad lo empujó a ese oficio duro y, ahora con los pulmones llenos de polvo y la espalda vencida por los años, ya no podía entrar a las minas como antes. Sin embargo, gracias a su experiencia acumulada, uno de sus últimos trabajos fue en el socavón de Ticlio, vecino al cerro Anticona, en la mina El Frontón. Era una operación grande, dirigida por gringos, quienes con un buen pago, reclutaban a los mineros más experimentados de otras minas. Temoche se animó porque en La Oroya, donde ha largo tiempo vivía con su esposa y sus hijos, las cosas se habían complicado. Dejó a su familia atrás y se lanzó a esa nueva –y quizás última– aventura. El trabajo siempre era fuerte, perfora y perfora en busca de oro o, al menos, de cobre. Como en toda labor minera, se avanzaba en cuadrillas con funciones específicas. Los estoperos, encargados de perforar el terreno, armaban entre seis y doce cuadros por turno para abrir más entradas. Los frontoneros –que en realidad eran “fronteros”, por ir siempre al frente– avanzaban y abrían galerías con gran rapidez, ansiosos por sacar mineral y, por último, los motoristas que jalaban entre cien y ciento veinte carros cada uno, transportando las piedras y la tierra extraída hacia la superficie. La empresa ofrecía un bono llamado “Colectivo” para quienes descubrieran nuevas vetas, pero nunca lo entregaban. Siempre decían que no se había alcanzado “el objetivo”. Era evidente que les tomaban el pelo. Su cuadrilla estaba formada, entre otros, por el cholo Vilcas, un prójimo llegado desde Ancobamba; José Herrera, un tipo algo arrogante de Matucana, y él, Temoche, quien hacía valer su ancestro norteño en el trabajo fuerte. A pesar de sus diferencias, trabajaban bien juntos. Pero todo cambió cuando comenzaron a desaparecer sus cosas. Primero fue su hualqui de hojas de coca, luego su botellón de yonque traído desde Chiclayo. En el socavón, esos elementos eran esenciales, daban fuerza, calentaban el cuerpo, conectaban con la tierra. Sospechó de sus compañeros, pero no había pruebas. Fue entonces cuando escuchó por primera vez la mención del Muqui y como siempre, algunos decían que era pura fantasía, otros, una manifestación viva del mineral. Temoche no sabía qué creer… hasta que lo vio. Una tarde, mientras se agazapaba en la oscuridad para descubrir al ladrón, apareció

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