REVISTA MINERÍA 577 | EDICIÓN OCTUBRE 2025

MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero EDICIÓN 577 / OCTUBRE 2025 98 cuatro de la madrugada cuando Octavio ya comenzaba a dormitar sintió un peso repentino sobre la espalda. Era liviano pero firme. Abrió los ojos con cautela, sin moverse y solo con el rabillo del ojo vio una sombra chiquita revisando la bolsa de ofrendas. ¡El Muqui! –pensó. ¡Es ahora o nunca! Se levantó bruscamente y trató de atraparlo envolviéndolo con su manta, pero el duende escapó. Sin embargo, en ese breve instante lo pudo ver con claridad: pequeño, de barba y con rostro burlón, lucía un sombrero rojo encendido, botas brillantes y una sonrisa que mezclaba travesura con sabiduría y casi suplicante Octavio le dijo: — Tayta Muqui dame oro –le rogó– — ¿Pues, qué no tienes manos para trabajar? –Respondió el duende con sarcasmo–. — Mi esposa está enferma y no tengo plata –dijo el joven, con voz quebrada–. — ¡Entonces consigue un trabajo más! –Insistía el Muqui, riendo a carcajadas–. Octavio se acercó lentamente, decidido, hasta que logró sujetar las manos del duende. Forcejearon en silencio, y por fin, cuando la polvareda se asentó solo se veía un bulto humano envuelto en una manta. Pero algo no estaba bien. En vez de haber atrapado al Muqui, era Octavio quien yacía inmóvil, sometido. El duende lo había vencido. Con risa colérica y burlona que rebotó por el socavón como eco de condenado, el Muqui pronunció algunas palabras en su quechua ancestral, y sin prisa... se alejó y desapareció. Los mineros juraban que Octavio se convirtió en una estatua de oro, oculta en lo profundo del socavón del pique Lourdes como una advertencia para quienes lo desafiaran y Octavio nunca volvió a casa. Su esposa, abatida, se mudó a La Oroya, buscando trabajo y consuelo, pero sobre todo para estar más cerca al Cerro de Pasco. Jamás lo olvidó y cada noche soñaba con un túnel iluminado por una luz dorada. A veces, escuchaba su voz triste llamándola, otras, era la risa de Octavio que la despertaba en la madrugada, sumiéndola en una angustia que no la dejaba en paz. La viuda del Club Peruano Juran que en las madrugadas de los jirones lúgubres de los campamentos de La Oroya se escuchaba el lamento inconsolable de una mujer. Pero no era cualquier mujer sino la viuda de Octavio. Nadie sabe con certeza cuándo su alma comenzó a rondar esos jirones, pero todos, incluso los más incrédulos habían oído hablar de ella: era, dizque, una viuda en pena que se aparecía por todo los campamentos. “¡Octavio!, ¡Octavio!”, se oía en las noches tenebrosas de La Oroya, con una voz desgarradora, casi aullante. “¡Es la viuda!”, mur2. Jirón del Campamento Club Peruano, lugar preferido de la “Viuda del Club Peruano”.

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