MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero EDICIÓN 577 / OCTUBRE 2025 99 muraban los trabajadores que salían de la fundición a la una de la mañana y corrían hacia sus campamentos, estremecidos por el frío de la madrugada serrana y el eco de aquel lamento. ¿Pero quién –o qué– era aquella aparición? Los más curtidos aseguraban que se trataba del alma errante de una mujer llegada desde tierras lejanas, cuyo esposo había perdido la vida en un trágico accidente en las minas del Cerro. Decían que, noche tras noche, lo llamaba entre sollozos, lamentando su desgracia, y lo buscaba desesperadamente por cada rincón de los campamentos del Club Peruano, convencida de que aún podía encontrarlo allí. La vecina Juana afirmaba haberla visto un viernes, cuando volvía de un matrimonio. “¡Es alta y flaca!”, cuchicheaba la buena señora, abriendo lo más que podía sus negros ojos andinos. En los campamentos, las conversaciones giraban en torno a la figura misteriosa que algunos juraban haber visto. Unos decían que era alta; otros, que era gorda, bajita, bella, vieja, delgada o muy joven… en fin, nunca lograban ponerse de acuerdo sobre su apariencia. Lo único en lo que todos coincidían era en que siempre vestía de negro. Alejandro Pozo, el joven barchilón de la posta de la fundición, juraba haberla visto cuando salía a las doce y media de la noche. La describía con pasión: “¡Es chatita y medio gorda!”, y así lo contaba después a los asustados niños de su barrio. También el hijo de la vecina María, el Chino, decía haberla visto. Fue justo antes de quedarse dormido en el lavadero, tras haberse gastado todo su sobre de pago, allá arriba donde Pepe. Y, en fin, no tendría nada de malo que una mujer viuda buscara a su esposo. Nada, absolutamente nada. A menos, claro está, que ese esposo ya no continuara en este mundo. 3. Av. Wilson, en 1950. Al fondo los legendarios campamentos y el cine del Club Peruano.
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