PRUEBA PARA SABE

1 Prueba para sabe

Ernesto Baertl 2 Prueba para Sabe Una vida abrazando a la familia y el desarrollo

Investigación y redacción: Luis Jochamowitz, Mario Sifuentes B. Diseño de portada e interiores: Lucía Rodríguez N. / LUDENS Coordinación: Eleonora León y León Edición: Mario Sifuentes B. / LUDENS Impresión: Forma e Imagen Av. Arequipa 4558, Miraflores, Lima Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin el permiso expreso del autor. Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2011-14057 Lima, Noviembre 2011 Prólogo a mis reminiscencias personales Allá donde el diablo perdió el poncho ¿Por qué siempre anda persiguiendo a Julia? Gringo machiche, saca tu pichi para hacer cebiche No se ponga más el termómetro, señora Amí nadie me manda a la ‘M’ La moda era peinarse a lo Carlos Gardel Siempre dándole vuelta a la vitrola Chacrasana, Yanacoto… falta poco para Chosica El cura no dice misa si no le pagan El remo y los carnavales en disfraz ‘dominó’ ‘Prueba para sabe’ El fabricante de vidrio La llave Stillson, la comba y lo provisional Un tal Lord Ishmay El salto tecnológico desde Lima El promotor del auge minero Los planos de mamá Elisa Del ‘Rajo de Arias’ a Milpo Hacer las cosas bien no cuesta mucho más trabajo que hacerlas mal Los valores y el legado de la sangre Un encuentro en el cielo, el semáforo y el mejor regalo del destino Las semillitas del ahorro Agradecimientos 7 17 27 33 45 51 59 67 77 89 103 113 125 133 145 155 161 175 181 191 207 225 233 240 Índice Prueba para sabe Primera edición, 2011

Víctor Ernesto Baertl Montori Cariñosamente dedicado a Pilar, a mis hijos, a mis nietos y bisnietos.

7 Vivir la primera infancia en un campamento minero fue para Ernesto BaertlMontori (EBM) algomás que un augurio…el comienzo de un destino. No era, por otro lado, cualquier campamento minero, era el campamento de Colquijirca en las cercanías de la ciudad deCerrodePasco. Según la historia de laminería en el Perú, Colquijirca es el nombre de una famosa mina de plata y, en aquella época, veinte años después del arribo de la Cerro de Pasco Mining Company, era prácticamente la única mina de importancia que seguía en manos de nacionales. Para alguien que haría toda su carrera en ese sector, y cuyo nombre sería casi sinónimo de la minería nacional, esa primera residencia en Colquijirca no parece obra de la casualidad. Y no era azar. La historia de su padre, Ernesto Baertl Schütz, está en el origen de este destino y marca no solo la infancia sino gran parte del desarrollo posterior de la carrera de su hijo. En nuestro tiempo es inusual encontrar una continuidad tan natural y fluida entre una Prólogo a mis reminiscencias personales

Ernesto Baertl 8 9 Prueba para sabe generación y otra. Ernesto padre se graduó en (1916) en la antigua Escuela de Ingenieros de la calle Espíritu Santo y perteneció a una generación que se mantuvo en la brega durante varias décadas no demasiado propicias para la actividad, hasta que en los años cincuenta, cuando sus carreras estaban ya muy avanzadas o llegando a su fin, conocieron un renacimientominero que, con altibajos, ayudó a sentar las bases de una actividad económica que resulta central en el país que hoy conocemos. Ernesto padre fue una figura destacada en la minería en la primera mitad del sigloXX. Su importancia, sin embargo, se hizomás visible en la última parte de su carrera, cuando las condiciones del país cambiaron y su larga práctica sobre el terreno le permitió convertirse en lo que se ha llamado un promotor minero; es decir, alguien capaz de reunir en base a su prestigio personal los diversos ingredientes y voluntades que se requieren para sacar adelante un emprendimiento minero, desde el capital hasta el conocimiento y la experiencia. Curiosamente, Ernesto hijo se graduó como ingeniero industrial obedeciendo a los deseos de sus padres, que creyeronque conunminero en la familia ya era suficiente. Eso, sin embargo, no impidió que casi desde el principió siguiera las huellas de su padre y tomara la posta conforme avanzaba la segunda mitad del siglo XX. De esa manera, entre una generación y otra, los Baertl, padre e hijo, suman casi un siglo de minería en el Perú. Esa es la historia que comienza en Colquijirca. A Ernesto hijo ese campamento le parecía más una extensión del paraíso que un lugar de duro trabajoy existencia austera. Tenía razones para creerloasí. Cobijado bajo el calor de una familia unida, para los ojos asombrados de un niño, ese campamento en el que hombres y máquinas trabajaban de sol a sol sería como un juegomagnífico que reflejaba unmundo inmejorable. Es cierto que, más tarde, cuando crecemos, llegamos a comprender que la perfección no es de este mundo y que aún los lugares donde hemos sido felices están lejos de ser el paraíso que una vez pensamos. Su sentido de la realidad es demasiado agudo para ignorar las sombras que podía proyectar un campamentominero de la sierra central en los años veinte. Pero incluso con esa comprensión de las cosas que otorga la visión de la madurez, ese campamento, y por extensión cualquier campamentominero, noha perdido para él algo de esemundomágico, cerrado y perfecto del Colquijirca de sus siete años. Incluso hoy, la sola mirada sobre una fotografía de un campamento minero basta para producir en él una sensación casi intraducible de belleza que, difícilmente, un lego podría comprender. Pero no era solo el campamento sino toda la comarca la que ha quedado registrada en lamemoriadeEBM. La ciudaddeCerrodePasco era el centro vital de una meseta que bullía de actividad, suma de una región que en esos años era el corazónmismo de laminería en el Perú. En sus recuerdos puede vislumbrarse la aparienciade esemundo a la vez

Ernesto Baertl 10 11 Prueba para sabe arcaico y moderno, en donde el ferrocarril y el automóvil por un lado, y las llamas y las mulas, por el otro, compartían el mismo espacio y las mismas tareas. La plaza de Chaupimarca, con sus “casas comerciales” que hacían las veces de bancos, siempre abarrotadas de mercancías que llegaban de todo el mundo; las residencias de los gringos de “la Cerro” formando barrios idénticos a los que se construían en Nevada o Colorado, solo que aquí amás de cuatromil metros sobre el nivel del mar; las haciendas ganaderas de los alrededores, con ovejas y pastores escoceses, que se adaptaban perfectamente a un panorama que quizás no era demasiado diferente al de las highland. Ese fue el paisaje en el que se surgió la vocación de EBM. El país en el que desarrolló esa vocación ha cambiado mucho y, sin embargo, sería grato pensar que todavía es reconocible. Cuando llegó la edad de la escolarización, Ernesto se mudó a la casa de sus abuelos en Barranco. Se trataba de algo más que una aldea, lo que los diarios de la época describen como un balneario, aunque hacía mucho se había convertido en un lugar para habitar todo el año y no solo durante la temporada veraniega. Barranco era un pequeño pueblo en el que todos se conocían, unido a la ciudad de Lima por un camino polvoriento que pocos recorrían y una línea de tranvía en la que todos coincidían diariamente. Luego de sus estudios escolares siguió los pasos de su padre ingresando a la Escuela de Ingenieros. Así no fuera en la especialidadde Minas, no había dudas de que elmuchacho de 16 años estaba destinado a estudiar Ingeniería. Desde niño había tenido en casa un cuarto al que llamaba su laboratorio. Su estancia en la Escuela lo formó de diversas maneras, pero quizás lo quemás apreciaría con el paso de los años sería la estricta disciplina y gran exigencia académica que caracterizaba, en ese momento de la historia, a la casa de estudios que había fundado Eduardo de Habich hacía ya casi cincuenta años. Aún hoy, cada vez que sus compañeros de generación se reúnen -cosa que hacen todos los años, aunque cada vez sean menos- surge el tema de la Escuela de la calle Espíritu Santo y cuánta utilidad les reportó haberse formado en una institución con estrictas reglas de conducta y rendimiento. Apenas graduado su formación sería puesta a prueba en dos destinos laborales que formaron un paréntesis antes de su ingreso definitivo en la minería. El primero de ellos sería en la Hacienda Tumán, donde ingresó como asistente del jefe del ingenio azucarero aunque, por diversas razones, en muy poco tiempo, cosa de meses, pasaría a ocupar el puesto que dejaría vacante su jefe. Para un recién graduado, carente de experiencia, se trataba de un reto que ponía a prueba no solo su formación sino su personalidad y carácter. Superar esa prueba amuy temprana edad le proporcionó la seguridadnecesaria para asumir, paulatinamente, mayores responsabilidades. Todavía ocuparía otro puesto directivo en una fábrica de vidrios, pero su destino verdadero estaba en la minería que, a mediados de

Ernesto Baertl 12 13 Prueba para sabe los años cincuenta, pasaba por un período de actividad que no había conocido en mucho tiempo. Su primer trabajo lo llevaría a las alturas de Castrovirreyna, a una mina bautizada con el optimista nombre de “Caudalosa”, y que volvía a la vida después de haber permanecido cerrada durantemuchos años. Era otro de los emprendimientos en los que participaba su padre, que en aquellos años se convertiría en una de las personalidades más dinámicas de la renaciente minería en el Perú. A partir de Castrovirreyna, donde viviría y crecería su familia, las responsabilidades de EBM en el campo minero se multiplicarían y diversificarían. No es este el lugar para hacer una enumeración detallada de sus muchas responsabilidades, pero sí para reseñar algunas características del estilo de trabajo y de los efectos que ese trabajo ha tenido en muchas personas que, por una u otra razón, estuvieron cerca de él. En primer lugar, sobresale la actitud que siempre ha mostrado para encarar el trabajo, el suyo y el de sus colaboradores. Tal vez sea otro de los legados paternos, reafirmado durante su paso por la Escuela de Ingenieros, pero en esa manera de cumplir las metas y de relacionarse con los demás hay una herencia alemana que valora especialmente las cosas bien hechas, la organización meticulosa y el trabajo en equipo. Así se comprende mejor una de sus sentencias clásicas y que resume cabalmente dos rasgos de su personalidad: su deseo de que las cosas se hagan bien y su sentido del humor. Según esa sentencia, los enemigos de la producción son tres: la llave Stillson, la comba y la palabra “provisional”. La primera, gracias a que puede graduarse a voluntad, es la herramienta más a la mano cada vez que se requiere ajustar o aflojar alguna tuerca, sin importar que se trate de una pieza milimétrica que requiere herramientas específicas. Como resultado, no pasará demasiado tiempo antes de que la tuerca quede totalmente inservible. La comba, con el auxilio de un oportuno taco de madera, puede servir para reemplazar la maña y los instrumentos adecuados por la mera fuerza bruta aunque, más temprano que tarde, sus golpes terminen deteriorando la pieza en cuestión. Finalmente, la palabra “provisional” parece de rigor después de alguna reparación. Cada vez que EBM revisaba un tablero de distribución eléctrica se encontraba con algún alambre sospechoso que estaba allí en reemplazo del fusible adecuado. “Y esto, ¿qué hace aquí?”, preguntaba, solo para escuchar la frase mágica que resolvía todo: “Es provisional”. Ese amor casi germánico por el trabajo bien hecho convirtió a EBM en una de las personalidadesmás sobresalientes de una generación que conoció los buenos y los malos tiempos. La tecnología moderna y los enormes proyectos que en la actualidad dominan el sector hacendifícil imaginar las condiciones en que la mediana minería, para no hablar de la pequeña, debía realizar su trabajo hace cincuenta años. Uno de los aportes más significativos de su generación es el haber llevado a la mediana minería a un grado de desarrollo inédito hasta entonces. Para EBM los nuevos tiempos comenzaron durante una visita que hizo a la recién inaugurada mina de Toquepala. Allí pudo observar de

Ernesto Baertl 14 15 Prueba para sabe primeramanoque existía otramanera de hacer las cosas,másmoderna y eficiente que la que se practicaba todavía en el país. Más tarde, en diversos viajes por el mundo, esta constatación siguió tomando forma. Pero loque resultaba evidentepara algunosno significaba lomismopara otros, especialmente miembros de otras generaciones, acostumbrados a una minería más tradicional y que requería menor inversión aunque sus frutos fueran también más limitados. Modernizar las operaciones y hacer crecer la producción no eran necesariamente metas deseables si para ello se requerían importantes inversiones. A partir de cierto momento, la carrera de EBM podría resumirse como el esfuerzo por dejar atrás las formas tradicionales de entender la actividad minera e introducir en el Perú los adelantos que en otros lugares del mundo ya se habían impuesto. Como él mismo comenta, el gran salto en la mediana minería se produjo cuando los volquetes pudieron ingresar a lasminas y, de esemodo, jubilarondefinitivamente a los pequeños vagones sobre rieles. Así se produjoun cambiode escalas que significó una verdadera revolución productiva. Pero con el crecimiento de la actividad se presentaron nuevos retos que la antigua empresa minera no contemplaba. Todavía no se divulgaban conceptos como el de responsabilidad social o cuidado ambiental, pero ello no significó que la modernización de esos años se limitara a lo tecnológico y productivo sin extenderse a otros ámbitos. En Milpo, sin duda la obra más importante en la que EBM estuvo implicado, se implementaron planes que contemplaban el desarrollo social y el cuidado del medio ambiente mucho antes de que esas prácticas se hicieran extensivas y obligatorias para todo el sector. Con el paso de los años, el campamento de Milpo se convirtió en una pequeña ciudad donde vivían diez mil personas que contaban con colegios, hospital, cinema, asistencia social y diversas facilidades que mostraban la profunda transformación que había experimentado la vida del minero en un tiempo relativamente corto. EBM, con supermanente animo sereno, conciliador y esencialmente decente, jugó un papel importante en este nuevo trato. Ese es también uno de sus legados más duraderos, aunque apenas lo mencione su innato sentido de la discreción. Como si nunca hubiera dejado de crecer, a sus 89 años EBM puede voltear sobre sus pasos y observar largas distancias sobre nuestras cabezas, observarpaisajesque losmás jóvenes–ensucaso, prácticamente todos– ni siquiera sospechan de su existencia. Algo de esos paisajes están contenidos en estas reminiscencias personales. Poder leerlas es el privilegio de los que nacimos en otro tiempo pero que tuvimos la suerte de compartir el presente con él. Luis Jochamowitz Chorrillos, octubre 2010

17 Nací enLima, el 13deMarzode1922, en la casaquemis abuelos tenían en Barranco, pero cuando cumplí los seis meses de edad mis padres me llevaron a vivir a Colquijirca, en Cerro de Pasco, o simplemente en Cerro, como se decía entonces. Los primeros siete años de mi vida los pasé en un campamento minero y esa experiencia definió el resto de mi vida. La mayoría de personas considerarán que un campamento minero, a una altura de 4,100 metros sobre el nivel del mar y con temperaturas bajo cero muchas noches del año, no es un lugar grato para comenzar a vivir; en cambio, para mí fue lo más parecido posible a un paraíso en la tierra, algo que seguramente solo existió enmi imaginación pero que perdura incólume enmi memoria. El mundo de mis primeros siete años solo sigue intacto en las fotografías familiares que tomaba mi padre, así el blanco y negro haya virado al sepia. Como fondo de esas fotos puede observarse el lugar donde transcurrió la parte principal de esta historia. Es una pampa o Allá donde el diablo perdió el poncho Mis primeros años en Colquijirca fueron como salidos de un cuento. Pese a la rudeza de la vida en un campo minero, yo me sentía en el paraíso.

Ernesto Baertl 18 19 Prueba para sabe llanura bordeada por cadenas de cerros en todas las direcciones, como si estuviéramos en el centro de un cráter lunar. Eran en los primeros años de la década de 1920, pero en mi memoria hay detalles que no guardan las fotografías. La pampa era seca, amarilla y marrón una parte del año, pero se ponía verde, aunque nunca frondosa, durante la estación de las lluvias. Hay también algunas fotografías en las que la pampa aparece completamenteblancadespués deunanevada,mañanas en las que el silencio circundante apenas se rompía por el sonido lejano de las máquinas de la mina y los gritos de los chicos que jugábamos haciendo muñecos de nieve. Vivíamos enuna casa que la compañía lehabíadado ami padre, pero guardo la sensación de que la vida diaria transcurría de puertas para afuera, donde no había calles y todos se conocían, amplios panoramas abiertos apenas interrumpidos por construcciones de un solopiso. Para un niño que abría los ojos al mundo, ese lugar estaba lleno de cosas asombrosas. Creo que lo que más me impresionaba era el ferrocarril. La línea del tren pasaba a unos cinco kilómetros de la casa, pero a mí me parecía que vivíamos rodeados de trenes. Toda la región, el corazón mismo de la minería de esa época en el Perú, estaba interconectada por rieles. La única manera de ir a Lima era por ferrocarril, así que de una u otra manera siempre teníamos que ver pasar, esperar la llegada o estar dentro de un ferrocarril. Después del día y la noche, el tren era el gran acontecimiento que marcaba el paso del tiempo. Recuerdo un instante que grafica esa relación vital que teníamos con el tren: mis padres y yo estamos dentro de un Ford del 29 que rueda velozmente por la pampa hacia la estación. Los amplios panoramas que nos rodean permiten ver el destino que nos aguarda como si pudiéramos anticipar el futuro. Mientras cruzamos la pampa a toda velocidad hacia la estación de Riavan, el tren se acerca cada vez más bajando por el cerro de Marcapunta, ¿llegaríamos a tiempo?, ¿perderíamos el tren? La gente de la ciudad decía que vivíamos “donde el diablo perdió el poncho”, pero para mí era el centro del mundo. Como todo niño, mi existencia giraba alrededor de la familia, mi padre, mi madre y, más tarde, mis hermanos; pero fue en el campamento de Colquijirca que descubrí que más allá de mi casa existía un mundo y fue donde comencé a relacionarme con él. Yo era el hijo del ingeniero, seguramente el más gringuito del campamento, pero a esa edad las diferencias importabanmenos y tenía amigos “cholitos pata enel suelo”, como se decía, fiel reflejo de una pobreza que ya empezaba a notar. En esa época comenzó también mi educación más formal. Tengo vagos recuerdos de los primeros años en que asistí a la escuela, con unas señoritas profesoras de apellido Espinoza que eran del pueblo de Concepción. Había dos o tres aulas y unos 80 niños a los que nos hacían formar en filas. La educación era para todos, de modo que muchos de mis primeros compañeros de carpeta eran los hijos de los trabajadores de lamina aunque, en esa época, muchos padres no veían la utilidad de educar a sus hijos y el analfabetismo era muy grande.

Ernesto Baertl 20 21 Prueba para sabe Como en todo campamento, la vida giraba en torno a lamina. Crecí en ese ambiente y desde que aprendí a caminar me pareció el lugar natural e ideal para vivir. Aún hoy, cuando veo la fotografía de un campamento minero percibo cierta forma de belleza o armonía, y siento una emoción entrañable que no resulta fácil de comunicar. Es probable que la primera vez que ingresé a una mina fuera en brazos de mi padre, en Colquijirca, antes de que aprendiera a caminar y pudiera darme cuenta de dónde estaba, pero el primer recuerdo que guardo ocurrió cuando ya caminaba por mis propios medios y exploraba los límites del campamento hasta donde me dejaban. Aquí interviene otra vez un tren, aunque en realidad era un trencito eléctricoque servía para sacar elmineral de lamina y jalar varios carros con bancas de madera donde se sentaban los mineros para ingresar al túnel. Yo vigilaba la marcha de ese tren con la seriedad y expectativa que ponen los niños en los grandes juguetes. Los mineros notaron mi presencia, me hicieron subir al trencito y hasta me escondieron para que nadie notara mi aventura. El tren ingresó a paso lento al fondo de la mina donde descendieron los trabajadores. Yome quedé sentado en la banca de madera hasta que el tren comenzó a moverse, llevándome nuevamente a la superficie, a la luz del día, con la sensación de haber vivido una de las experiencias más importantes de mi corta vida. Por suerte, esa experiencia se repitió innumerables veces. Allá arriba llevábamos una vida sana y muy sencilla, con pocas novedades y menos lujos. Cuando no íbamos de visita a la ciudad, quizá la mayor diversión era la exhibición de alguna película muda que se proyectaba en el cinema del campamento. Podíamos ver las aventuras de un personaje de la época llamado el Gigante Fierabrás, y las películas cómicas de Harold Lloyd, Chaplin y el Gordo y el Flaco. Junto con las películas mudas, en blanco y negro y con cámara rápida, la otra gran diversión era la de los circos itinerantes, pobres, con carpas raídas y parchadas, pero que ofrecían números que nos encantaban. Junto con los infaltables payasos se presentaban “Los perros comediantes”, unos perros tan chuscos como inteligentes que caminaban en dos patas, podían darse un volantín en el aire y hacer otras piruetas que aplaudíamos emocionados. En estas épocas de grandes espectáculos y abundantes bienes materiales, quizás llame la atención lo poco que necesitábamos entonces para ser felices, o al menos para estar satisfechos. Yo era afortunado porque tenía lo principal, el amor y la protección de mis padres. Ese sencillomodo de vidame ha permitido comprender que la felicidad no se encuentra en las cosas que nos rodean, sino en la actitud con la que asumimos lo poco o mucho que nos toca. Yo sentía que no me faltaba nada y que estaba destinado a la felicidad, aunque en el pequeño mundo que me rodeaba y protegía, también podía descubrir otras cosas, como el miedo y hasta el terror, sentimientos sin los cuales la imaginación de un niño nunca estará completa. Cerca de la casa había una pequeña laguna que a mí me parecía un enorme mar y que formaba parte del club social del campamento

Ernesto Baertl 22 donde se reunían los empleados y sus esposas. También había una cancha de tenis y unas casetas donde vivían los patos que nadaban en la laguna. Con el propósito demantenerme a cierta distancia del agua, me habían dicho que en el fondo de esa laguna estaba el infierno. Yo lo creí totalmente y desde entonces la laguna se convirtió en un lugar inquietante. Quedé profundamente impresionado, pero esono impidió que cierto día, navegando en un bote, me asomara por la borda para ver cómo era el tan temido infierno. Mi curiosidad fue tan grande que me incliné demasiado y de pronto caí al agua. Dicen que los que están a punto de ahogarse tienen tiempo para revisar, como una veloz película, toda suvida pasada, pero yo -que casi nohabía tenido vida- loúnicoque sentía era el terror de verme arrastradohacia el fondo de la laguna, pues me figuraba a segundos de llegar al mismísimo infierno. Por suerte, todo no pasó de un chapuzón. Una mano poderosa me sacó del agua, quedé empapado y me gané un regañón, pero entonces descubrí que en el pequeñomundo del campamento de Colquijirca convivían, a un paso de distancia, el paraíso y el infierno. Mi mamá Julia y yo en uno de nuestros primeros retratos. Al costado, mi certificado de nacimento y, aba jo, mis abuelos Montori junto con mi mamá. A los extremos están mis tíos Carmen y Lucho Montori.

"La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino el haber sido joven" “Yo nací en el año 1922, en Lima, y crecí en Colquijirca, Cerro de Pasco, donde trabajaba mi padre desde el año anterior.Mis primeras letras las aprendí en la escuela de un centrominero. Paramí fue algo muy valioso por el hecho de tener una gran intimidad con los hijos de los trabajadores”. Revista El Muki, enero de 1989. En esta laguna se produjo la historia de 'El náufrago de Colquijrca'. Desde ese bote de paseo caí al agua y pensé que sería tragado por el infierno. Detrás se ve la única escuela del centro minero. Mis primeros años en las alturas. Arriba con mi tío Germán Ortiz, mi padre y mi hermana Carmen. Naturaleza y vida.

27 Julia Claudia Montori Schütz, mi madre, el día de su boda en Mayo de 1921. Foto del Archivo Courret. ¿Por qué Ernesto siempre anda persiguiendo a Julia? El amor que se tuvieronmis padres fue una bendición para ellos yparanosotros, sus hijos.Muchos años después, cuando ambos ya no estaban, encontramos entre las cosas que guardabami madre un paquete de cartas atadas con una cinta. Eran las cartas que él le enviaba cuando trabajaba en el sur y todavía no se habían casado. Eran unas cartas maravillosas, muy románticas en el estilo de la época, en las que él le contaba lo que hacía casi día con día. Leímos un par de ellas y, junto con mis hermanos y hermanas, decidimos quemar ese paquete para que nadie, ni siquiera nosotros, pudiera interrumpir la intimidad del amor que se tenían. Mi padre y mi madre eran primos hermanos y se conocían desde muy niños. Formaban parte de una familia en la que abundaban las niñas y él era, frecuentemente, el único niño que participaba en juegos como la gallinita ciega o la pega. La atracción entre ellos debe haberse revelado muy temprano porque los tíos que los veían jugar

Ernesto Baertl 28 29 Prueba para sabe se hacían siempre la misma pregunta: “¿Por qué Ernesto siempre está persiguiendo a Julia?”. Un pocomás crecidos, el amor entre los primos hermanos sería un secreto guardado entre ambos y la primera barrera que tendrían que vencer. Las relaciones entre primos hermanos no estaban permitidas por la iglesia ni bien vistas por la familia que, entonces, tenía temores fundados en la hemofilia, una enfermedad hereditaria que atacaba a los vástagos de las casas reales de Europa por casarse repetidamente entre ellos. Por esa razón tuvieron que mantener su amor en secreto durante cierto tiempo. Cuandomi padre se graduó en la Escuela de Ingenieros y lo destinaron a realizar una larga visita de inspección en las pequeñas minas del sur, la relación continuó por escrito. Peromi madre no podía recibir esa correspondencia delatora en su casa. Por esa razón, él le escribía a la oficina de correos de Barranco, donde ella las recibía bajo el seudónimo de Julia Claudin. Esas eran las cartas románticas que, años después, sus hijos convertiríamos en cenizas para que nadie más hurgara en esa deliciosa intimidad. Finalmente, cuandomi padre ya estaba trabajandoenCastrovirreyna obtuvieron el permiso de la familia y seguramente la autorización eclesial o, al menos, la del confesor, para poder casarse. La boda fue en Lima el 22 de mayo de 1921, y sin mayor pérdida de tiempo se fueron a vivir a Cerro de Pasco, donde mi padre había conseguido un nuevo trabajo. Ernesto ya estaba acostumbrado a esa vida, pero Julia era una señorita que no había salido de Lima. Sin embargo, fue toda su vida una gran compañera que nunca se quejó de las condiciones que el trabajo de él les imponía. Cuando llegaron a la fundición de Huaraucaca, en la que vivieron al principio, la compañía les entregó un par de cuartos donde debían vivir. Poco tiempo después, mi padre le escribió una carta a Don Eulogio Fernandini, el propietario de lamina, para pedirle que enviase, desde Lima, algunos aparatos sanitarios para construir un pequeño baño. A vuelta de correo, Don Eulogio escribió: “¿Qué les pasa? Yo siempre hice en el campo y mi esposa en bacenica”.

La boda de mis padres fue todo un acontecimiento familiar. Luego de hacer prevalecer su amor y contraer nupcias, se fueron de inmediato a vivir a Cerro de Pasco. Con mi mamá en la entrada al socavón de la mina Colquijirca. Aquí tengo menos de dos años. En la foto inferior vemos arriba a las cuatro hermanas Schütz y, deba jo de cada una a sus hijas (Julia, Amalia, Clara y Rosita) cargando a sus primeros nietos: Ernesto, Fridi, Elena y Rosa María. Todos nacidos en 1922. Como siempre, acompaña el abuelo Víctor.

33 Gringo machiche, saca tu pichi para hacer cebiche Una de las cosas buenas de vivir tan lejos era que siempre había un viaje o una excursión en perspectiva. Viajes largos a Lima para visitar a la familia y las oficinas centrales de lamina, omás cortos, a Huánuco, para dejar que el calor de las tierras bajas entrase en los huesos después de muchos meses de frío en la altura…o paseos de ida y vuelta como los que hacíamos a Cerro. Al principio el tren era el único medio que utilizábamos para ir y regresar de Lima. Pero eso estaba por cambiar cuando ingresé al circuito de viajeros frecuentes Cerro - Lima. El automóvil estaba en su épocade oro. Eran los años del gobiernodeLeguía, quienapostaba aque el desarrollo se lograse construyendo caminos, por eso había dictado la Ley deCircunscripciónVial que abría nuevas carreteras. Por otro lado, los automóviles se habían hecho más rápidos, cómodos, y asequibles desde queHenry Forddesarrollara su cadena demontaje. Era inevitable que el auto compitiera con ventaja frente al ferrocarril. Un duro golpe

Ernesto Baertl 34 35 Prueba para sabe contra el antiguomonopolio del tren ocurrió cuando se abrió el nuevo camino por Canta.Mejoramos en rapidez y comodidad, pero los viajes en tren tenían algo diferente. El traqueteo rítmico de los rieles sumía a todos en una especie de estado de ánimo paciente; además se podía caminar por los vagones, cambiar de asientos si el tren estaba medio vacío o asistir desde la ventanilla o el estribo de la puerta a todas las paradas en las estaciones del camino, lo que era el acontecimiento del día en cada una de esas pequeñas poblaciones. El viaje a Lima demoraba un día. Partíamos a las seis de la mañana y llegabamos a las seis de la tarde. El tramo de Cerro Pasco a LaOroya, separados apenas por 130 kilómetros, se hacía en tres horas. Había algunos sectores lentos en las subidas, pero una vez que ingresábamos a La Pampa de Junín, todo era plano, recto, y el tren agarraba una gran velocidad, o al menos eso nos parecía. El viaje de regreso desde Lima era en subida y por eso se hacía más lento y esforzado. Había un pequeño hotel en Río Blanco en el que nos deteníamos a pernoctar y aclimatarnos durante una o dos noches antes de seguir nuestro viaje a la altura. Río Blanco está a 3,000metros sobre el nivel del mar, era la mitad del camino hasta los 4,100 metros de nuestra casa enColquijirca. Recuerdo ese hotelito como una especie de refugio en medio de la inmensidad de la sierra. Mi padre había ido a recogernos a Lima y en el viaje de ida había tenido la precaución de dejar en el hotel un saco de carbón para mantener calientes nuestras habitaciones acondicionadas con una estufa de hierro fundido. Hay que imaginar cuáles serían “las comodidades” del pequeño hotel si el huésped era el que tenía que llevar su propio carbón. Los viajes se hacían en el tren de pasajeros pero yo prefería, secretamente, que nos tocara viajar en el tren de carga entre Cerro y La Oroya, que a veces eran los únicos disponibles. Estos trenes llevaban enganchados del último vagón un carro con un granmirador de cristales. Desde allí se tenía una vista panorámica de la Pampa y del Lago Junín. Otra de las ventajas del viaje en tren eran las suculentas y abundantes comidas que la compañía ferroviaria ofrecía a los viajeros como una especie de servicio extra. El tren de La Oroya a Cerro era famoso por su excelente cocina. En el vagón restaurante la gente se acumulaba para probar los platos que preparaba un cocinero chino que trabajómuchos años en la línea. Una peculiaridad de ese restaurante rodante era que se iba abasteciendo en el camino. En el viaje desde Lima almorzábamos perdices, truchas y ancas de ranas; vale decir, nos comíamos lo que la tierra ofrecía. En cambio, cuando salíamos de Cerro, en las mañanas, se servían unos grandes desayunos con tocinos y huevos fritos, los que he recordado muchas veces a lo largo de los años.

Ernesto Baertl 36 37 Prueba para sabe Cerro de Pasco era otro de nuestros destinos obligados. Los campamentos de la Cerro de Pasco Copper Corporation se llamaban Esperanza y Bellavista. Allí los norteamericanos tenían sus casas y vivían como en un barrio exclusivo, relacionándose solo entre ellos; en cambio el pueblo de Cerro de Pasco bullía de actividad. Mi padre tenía amigos que visitaba con cierta frecuencia. La vida comercial del pueblo giraba alrededor de las tiendas que se ubicaban en torno de la Plaza de Chaupimarca, tiendas que para acrecentar su importancia eran llamadas “casas comerciales”. Tenían enormesmostradores y altas repisas abarrotadas de productos que llegaban casi hasta el techo. Se podía conseguir de todo, desde una lata de sardinas portuguesas hasta unos metros de tela inglesa, que se vendía en rollos y semedía en varas con una regla de madera. Entre otras, estaba la tienda de los hermanos Gallo y la panadería y pasteleríadedonDaniel Sascó; el grifodeP. Bellán, y los establecimientos de Vicente Vega, Cipriano Proaño y S. Lesevic. También estaba el local del único periódico de Cerro, “El Minero”, de J. Patiño, un señor alto, flaco y con bigotes. Esas casas comerciales eran los bancos de la época, pues allí se cerraban las transacciones, se hacían préstamos y adelantos y, en general, se daban los servicios que ahora prestan las instituciones financieras. Había también un local del Rotary Club y otro del Club de laUnióndeCerro de Pasco. Era unpueblo pequeño conuna vida social muy agitada y que vivía casi exclusivamente de la minería. En algunas ocasiones mis padres me llevaron al Rotary Club, donde se dictaban unas conferencias que, seguramente, era lo más interesante que había para hacer un sábado por la noche. Uno de los rotarios más activos en esas conferencias sabatinas era el Doctor Fabio Mier y Proaño, y los amigos de mi padre siempre bromeaban diciendo que “Don Fabio Mier-da-conferencia esta noche”. Una parte importante de la vida social de Cerro de Pasco eran las reuniones para jugar al bridge, especialmente entre los ingenieros de Colquijirca con sus señoras. A esas partidas también asistían los ingenieros de la Cerro de Pasco con sus parejas. Amí, que era un chico que rondabapor el salónymiraba congranatención todo loque sucedía, me parecía que las partidas eran sumamente entretenidas. En algunas oportunidades, enmedio de una partida, mi padre soltaba expresiones muy características que se aplicaban a situaciones particulares, como: “Por lo que potia contingere” (por lo que pueda suceder), “ni mesa parola piu” (nimedia palabramás), “de príquitimangansúa” (mejor no ha podido ser) y un adjetivomuy de la época: “pistonudo”, que cuando se está en compañía de damas suena mejor que “cojonudo”. Estas expresiones las usó a lo largo de su vida y las aplicaba muy oportunamente. Recuerdo otra de sus frases favoritas: “No hay que pedir peras al olmo”, es decir, no hay que esperar algo que no va a suceder. Una vezme dijo lo siguiente: “Endeterminadas circunstancias se le puede mentar la madre a cualquier persona y, si lo sabes hacer, hasta te lo agradecerá”. Creo que esa frase no necesita interpretación. Cuando salíamos de paseo en Colquijirca, uno de los destinos preferidos eran las haciendas con ganado lanar que Don Eulogio

Ernesto Baertl 38 39 Prueba para sabe Fernandini tenía en los alrededoresdePasco, comoLaQuinua,Ayaracra o Huanca. Eran grandes extensiones de tierra que estaban muy bien organizadas. Quienmanejaba esas haciendas era un amigodemi padre quemás tarde sería su socio, DonAquiles Venegas, que era pariente de los Fernandini, aunque como él mismo decía, socarronamente, era “el pariente pobre”. En esas visitas siempre había paseos a caballo ymuchas veces nos quedábamos a dormir. La riqueza de las tierras altas estaba en los rebaños de ovejas, que en ese tiempohabíanalcanzadoundesarrollo interesante. El transporte del ganado para ser vendido y beneficiado en Lima se hacía en trenes que tiraban de vagones especiales de dos pisos. Era un ganado fino, de muy buena lana y carnes, cuyos sementales se habían traído de Escocia. De hecho, también había pastores escoceses de verdad, como los McLennan o los McKinsey, que no usaban falda escocesa peroque sí teníanperros entrenados paramanejar los rebaños. En cambiopara ir aHuánucohabía que hacer un largoviaje en carro, solo que en lugar de bajar hacia la costa nos desviábamos en dirección contraria y descendíamos por los valles bajos y calurosos que hasta ahora hacen presentir la selva. El camino era tan estrecho que los autos y camioncitos de la época únicamente lo podían utilizar en una sola dirección, un día era de subida y el otro de bajada. Después de semanas y meses de vivir en la sequedad fría de las alturas, al bajar a Huánuco sentíamos cómo el calor y la humedad del ambiente se apoderaba de nosotros. Era un nuevo mundo de olores y sabores que despertaba al pasar de la cordillera al trópico. EnHuánuco nos hospedábamos en el Hotel Fiume, de donBlas Sercovich, que abría sus puertas en la Plaza de Armas. Al llegar, lo primero que hacía mi madre, como un rito obligatorio antes siquiera de abrir lasmaletas, era poner de cabeza los somiers de las camas, bañarlos de ron de quemar y encender un fósforo para achicharrar los piojos o pulgas que pudieran haber. Y efectivamente se sentía cómo los insectos reventaban con el calor del fuego. Solo después de ese ritual se abrían las maletas y se tendían las camas. En uno de esos viajes a Huánuco, cuando tenía unos 10 u 11 años, llevé un par de patines que me acababan de regalar. Deben haber sido los primeros patines de cuatro ruedas que llegaron a esa ciudad y yo el primer patinador que apareció un día en la Plaza de Armas. Como era inevitable, los muchachos de los alrededores comenzaron a juntarse para perseguir y cantarle al patinador: “Gringo machiche saca tu pichi para hacer cebiche”. A partir de los años treinta los viajes en automóvil se hicieron más frecuentes, sobre todo cuando se abrió el camino por Canta. Entonces dejamos el hotelito de Río Blanco y Canta se convirtió en nuestra

Ernesto Baertl 40 estación para pernoctar y aclimatarnos a la altura durante unos días. El viaje lo hacíamos en los carros de la compañía, unos 'fordcitos' del 29 que manejaba el chofer Estanislao Flórez. Los caminos y los carros habíanmejorado, pero los viajes eran lentos y no faltaban imprevistos. Cada cierto tramo había que detenerse, apagar el motor del auto y esperar a que se enfriase para poder cambiarle el agua. No obstante esos inconvenientes, la gente prefería para viajar más la independencia del automóvil que el viejo tren. Viajábamos mucho cuando vivíamos en la sierra y, años después, cuando ya era adulto, seguí viviendo en la sierra y viajando en distintas épocas por razones de trabajo. Siempre me ha gustado la sierra y me gustaría ser considerado como un “serrano honorario”, aunque he vivido lamayor parte del tiempo en una ciudad que estaba de espaldas a esa cadena de montañas. No he olvidado lo que sucedía cada vez que regresábamos a Lima después de nuestras largas estadías en la altura. El mismo efecto que se sentía al bajar al ambiente soleado y exuberante de Huánuco se producía en nosotros, en nuestras ropas y maletas, cuando bajábamos a la costa, solo que en lugar del calor y la vegetación de la ceja de selva, se apoderaba de nosotros la humedad salina del ambiente de Lima. Al llegar a la casa de mis abuelos en Barranco, una de las primeras cosas que hacíamos era abrir las maletas para que se ventilasen. Entonces nuestras ropas despedíanun intensoolor a carnero mojado, unaroma que las narices limeñas llamaban “olor a llama”, “olor a serrano” y que, valgan verdades, era mi propio olor. Una parada del tren en Ticlio, en uno de los tantos via jes de Lima a Cerro de Pasco. Paseo en La Quinua, ba jando de Cerro de Pasco y camino a Huánuco. Nos acompañan el tío Lucho Montori y un amigo de Barranco, Cucho Becerra.

Aquí estamos los seis primeros hermanos de paseo en Ancón. Deba jo mío están Carmen, Juan Manuel, Alfredo, Julia y Maruja Mis padres con Camincha en brazos y yo en Matucana, donde solíamos parar un par de días para adaptarnos a la altura. Mis padres en el lanchón que los llevaría del muelle al barco en el que via jarían con mi abuelo a Nueva York.

45 No se ponga más el termómetro, señora Cuandomi padre llevóamimadreaCerrodePascose instalaron en un par de cuartos en las inmediaciones de la fundición de Huaraucaca. Yo nací meses después cuando él ya había sido trasladado a la mina de Colquijirca, a poca distancia. Presumo que ese traslado fue un ascenso. En todo caso ya no ocupaban los dos cuartos, sino una pequeña casa en la que viví los primeros siete años. El piso erademadera y las paredes de tierra apisonada, como se acostumbraba en la sierra. Aunque inicialmente el agua llegara en baldes, había electricidad en el campamento, por lo que teníamos luz en las noches. Si Colquijirca era el mundo exterior, esa casa era mi mundo interior. Nuestravidadomésticaera tansencillay retiradaque las generaciones actuales podríanpreguntarse cómo era posible que una familia de Lima pudiese vivir tan lejos y en un lugar tan frío y, sin embargo, considerar que ése era su hogar, un hogar feliz. Mis padres tuvieron una vida de trabajo. Él salía todos los días muy temprano hacia la mina y ella se quedaba cuidandode la casa, a cargode las tareas del día. Conel tiempo, Con mi mamá en la puerta de la casa de los abuelos en Barranco.

Ernesto Baertl 46 47 Prueba para sabe la familia fue creciendo. Yo nací en 1922 y al año siguiente nació mi hermana Carmen; tres años después llegó JuanManuel y, en adelante, con una diferencia de dos años, naceríanmis hermanos Alfredo, Julita yMaruja. Nueve años después, con dos años de diferencia, vinieron al mundo JoséAntonio yAugusto. Para los criterios actuales éramos una familia bastante numerosa, aunque en esa época a nadie se le habría ocurrido pensar algo así. El campamento era un buen lugar para crecer, pero no para nacer o curarse de alguna enfermedad. Por eso, si nos enfermábamos o nos pasaba algodebíamos ir aLima, dondenos abrigabanmejores cuidados. Mi hermana Carmen, sin embargo, nació en Colquijirca. Cuando mi madredebía trasladarse aLimapara el parto, unahuelgade ferrocarriles impidió el viaje. Carmen tuvo que nacer a la antigua, atendida por la señoraCristinaHerold, partera y esposa del cervecero alemándeCerro. El alumbramiento fue buenopero en los días siguientesmimadre sufrió de fiebres altas por un proceso bronquial y no pudo amamantar a su primera hija. Ese inconveniente se salvó como se hacía entonces, con la ayuda de una “ama de leche”, que fue la esposa del ingeniero Camino. Por esos días,mimadre que estaba confiebre en cama,muy angustiada, le preguntó al médico: - Doctor, ¿qué puedo hacer contra esta fiebre? Entonces el Doctor Bravo, que así se llamaba el médico del campamento, le dio su mejor receta: - Muy sencillo, Señora, no se ponga más el termómetro. Era sencilla receta resultó siendo una máxima para la vida e, inmediatamente, el consejo del doctor Bravo entró en el anecdotario familiar que siempre recordamos. Si no hay remedio rápido, no vale la pena angustiarse por eso. Con el paso de los años la casa se fue llenando de niños, pero no recuerdo que fuéramos traviesos o que le diéramos demasiados dolores de cabeza amimadre. Yo, que era el mayor y que se suponía debía ser el ejemplo paramis hermanosmás pequeños, era lo que se podría llamar “un niño bueno”. Mis padres nunca usaron castigos físicos conmigo, lo que era una excepción en una época en la que se creía a pie juntillas en el método de “la letra con sangre entra”. El más grave incidente que recuerdo ocurrió un día en La Quinua, cuando por alguna insensata razón le di un martillazo en la cabeza a mi hermana Maruja. Suena terrible, perono debió ser tan fuerte ya que solo le produjoun chinchón en la cabeza. Como fulminante castigo mi madre me desvistió y me metió en una tina de agua fría donde recibí una buena filípica. Santo remedio, nunca más le di de martillazos a nadie. Nuestros días pasaban sin novedad y los menores detalles podían parecer ocasiones únicas. Si caía nieve salíamos a la puerta de la casa y podíamoshacerunmuñecoounasbolas redondasque, tardeotemprano, salíanvolando endireccióna algúndesprevenido. También recuerdoun día enquemurióunpajarito y lo enterramos con todoun ceremonial en el patio de atrás de la casa. Esos eran nuestros grandes acontecimientos.

Ernesto Baertl 48 Al final del día, cuando mi padre regresaba después de un largo y agotador día de trabajo en la mina, su gran placer era quitarse las botas altas o los botines que llegaban hasta la rodilla, cerrados con unos pasadores kilométricos que nosotros nos encargábamos de aflojar. Teníamos un perro salchicha llamado “Waldman”, que en alemán significa “el que cuida el bosque”, y que fue el primero de varias generaciones de perros salchichas que tuvo mi padre, con el mismo nombre, a lo largo del tiempo. También teníamos una oveja que atábamos a unpequeño cochecito -que servía como carreta ennuestros juegos- y gallinas y cuyes que circulaban libremente por la cocina. Esa época demi vida terminó cuando cumplí los siete años y llegó el momento de estudiar en Lima. No recuerdo que haya sentido pena por partir. Seguramente porque las perspectivas de la nueva vida que me esperaba en la capital eran demasiado tentadoras como para afligirme por lo que dejaba atrás. Por otro lado, mi madre me acompañó en el viaje aLima,me instaló encasa de sus padres,mis abuelos, y regresó con mi padre ymis hermanos. Tal vez esa separación temprana hizo que, a diferencia demis hermanos, yo siempre quisiera regresar aColquijirca. En los años siguientes regresé durante las vacaciones escolares y cuando mis hermanos vinieron a la capital para hacer sus estudios, ymi madre comenzó a pasar más tiempo en Lima, a mí me gustaba pasar mis vacaciones acompañando a mi padre en la mina. No era conciente de eso, pero entonces se estaba formando mi vocación. En 1928 o 1929 había terminado mi primera infancia. Se suponía que yo ya tenía lo que se llama “uso de razón”. Al la derecha, recibiendo a un integrante más de la familia, mi hermano José Antonio. Aba jo, las dos Julias, hija y madre, Montori Schütz y Schütz Ortlieb, respectivamente. En 1994 nos juntamos los 8 hermanos. De arriba a aba jo, Carmen y Ernesto, Juan Manuel y Alfredo, María Amalia y Julita, José Antonio y Augusto.

51 A mí nadie me manda a la ‘M’ El único abuelo que no llegué a conocer fue el paterno, Juan BautistaBaertl Bröll. Nació enUlm, Alemania, el 3demarzode 1860 y vino al Perú alrededor del año1882. Su oficio era la talabartería, curtía los cueros y hacía monturas para caballos. Su tienda quedaba al lado de la iglesia de LaMerced, en la calle del mismo nombre, número 669 del Jirón de la Unión. Siempre he escuchado que fabricaba las mejoresmonturas que se vendían enLima. Lástima que la familia noha guardado ninguna de las monturas confeccionadas por Juan Bautista. Tal vez todavía exista una en algún lugar, pero como los artesanos de la época no firmaban sus obras ya nadie podría reconocerla. Como buen alemán fue un trabajador dedicado y escrupuloso, características que heredómi padre, y que en cierta forma ocasionaron sumuerte el 13 de diciembre de 1917. Dicen que por esos días recibió unos cueros demuy buena calidad que había que curtir antes de trabajar. Sin considerar su edad, o el frío que hacía en Lima, se levantó muy temprano una mañana y salió a la intemperie a lavar los cueros con sus propiasmanos. El resultado fue una pulmonía fulminante. A su muerte apareció en Don Víctor Montori Anacabe.

Ernesto Baertl 52 53 Prueba para sabe “El Comercio” una página completa dedicada a él. Juan Bautista había vivido en el Perú durante más de 35 años y se había ganado el respeto y el cariño de mucha gente. Mi abuela paterna se llamaba Amalia Schütz Ortlieb, y mi abuela materna Julia Schütz Ortlieb. Mis dos abuelas eran hermanas. Las Schütz eran cincomujeres, hijas deDonErnesto Schütz y deDoñaRosa Ortlieb. Las otras tres hermanas eran Carolina, que casó con Amado Montori Lopátegui, Clara que casó conunmilitar apellidadoLaTorre y, la quinta, Rosa, casada conAurelio deDíazUfano. De la abuelaAmalia tengo el recuerdo de una persona un poco triste, muy apagadita, y así la veo en las fotos en las que aparece siempre sentada y con un aire un poco ausente. Vivía junto a su hija Ana en una casita muy simpática de la calle Alcanfores en Miraflores. Mi otra abuela, Julia, con la que viví desde los siete años, era todo lo contrario a su hermana. Tenía un carácter alegre, era muy engreidora, llevaba su casa de Barranco con mucho orden y era la organizadora de los almuerzos del domingo adonde acudía toda la familia. Pero con quien desarrollé una relación más estrecha fue con mi abuelo materno, Víctor Montori Anacabe. No es de extrañar que con el tiempo yo me sintiera más unido a él. Era el mayor de los nietos y vivía en la misma casa; además, era mi padrino de bautismo y él me decía ahijado. Como mi padre vivía en la sierra, el abuelo Víctor fue la figura paterna de la casa durante esos años en Lima. Había nacido el 12 de abril de 1861, en Plencia, España, un pueblito pequeño muy cerca de Bilbao, la capital del país vasco. Llegó al Perú a los 19 años y entró a trabajar como mozo en el Bar del Hotel Mauri. Conformepasó el tiempo se independizó, tuvovarios socios y construyó y operó el molino de trigo de Santa Clara que quedaba en los Barrios Altos. Elmolino estaba instalado enuna casamuy hermosa donde vivía toda la familia.Una casa que teníaunconjuntode esculturas demármol en el frontis que, lamentablemente, fueron desapareciendo con el paso de los años y la decadencia del otrora barrio alto. Probablemente él construyó esa casa, pero la que certeramente sí edificóy terminó en1916 fue la casa de la Avenida Sáenz Peña 102, en Barranco; la casa en la que nací y viví desde los siete años hasta quemis padres semudaron a Lima mucho tiempo después. El abueloVíctor hizo dinero en lamolienda de trigo y panaderías. A partir del molino de Santa Clara invirtió parte de sus ganancias en la compra de propiedades destinadas al alquiler. Esta era una modalidad muy usual en esa época, comprar y alquilar casas para “vivir de las rentas”. Las propiedades del abuelo quedaban en distintos lugares de Lima. Recuerdo una en la calle de Pilitricas y otra en Lince. Más tarde, cuando yo ya era un adolescente, me encargaba cobrar los alquileres y así me ganaba una comisión. El abuelo vestía permanentemente como un señor del siglo antepasado. Desde la hora del desayuno se aparecía en la mesa con terno, cuelloduroy corbata. Enel chaleco llevabauna cadena de oroque enun extremo tenía unmonedero, tambiénde oro, endonde se ponían las Libras deOro peruanas, que en esa época tenían valor circulatorio y

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