PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 118 119 Prueba para sabe Los Pardo Heeren eran una familia tradicional del Perú, parte de lo que entonces se llamaba “los barones del azúcar”. El administrador de la hacienda, José Dornellas Pardo, era también una persona muy especial y un tanto distante. La casa hacienda era para todos un templo sagrado. Allí no entraba nadie. Yo nunca entré. Quien venía con más frecuencia a la hacienda eraDon Felipe Pardo, un solterón que vivía en Lima y visitaba la hacienda por temporadas. En una de esas ocasiones tuve un incidente conDonFelipe. Él no tenía horario ypodía aparecerse en cualquier momento. Yo me había acostado a las nueve de la noche después de undía agotador, pero a las tres de lamañaname despertaron con el avisode queDonFelipeme esperaba en el ingenio. Cuando llegué me encontré con Don Felipe junto a una tubería por la que goteaba jarabe. “¡¿Qué le parece?! –me espetó Don Felipe en cuanto llegué–, nosotros sembramos la caña, la cortamos, la molemos, la procesamos y usted viene y la bota por acá”. El problema se arregló con una llave de tuercas, pero nunca lo olvidé. El trabajo me enfrentaba con pequeños y grandes problemas que había que solucionar sobre la marcha. Creo que algo aprendí gracias a esa experiencia. Por lomenos hay una frase que escuché entonces y que nunca he podido olvidar. Se la escuché en su mal castellano a mister Miller, pero contiene una sabiduría que me ha sido muy útil. Mister Miller estaba a cargo del mantenimiento del ingenio y, en general, de toda la operación mecánica dentro de esta organización agrícola. La enseñanza que hasta ahora predico cuando me parece conveniente, es lo que él siempre me respondía cuando yo, todavía un muchacho con poca experiencia, tenía que informarle sobre algún problema con la maquinaria. Si se malograba una bomba había que averiguar qué tenía, arreglarla y ponerla nuevamente en funcionamiento. Después de hacer el trabajo yo iba dondemisterMiller y le comunicaba: “Bueno mister Miller, ya hemos terminado de reparar la bomba pero no sé cómo habrá quedado”. Él siempre me respondía: “Prueba para sabe, prueba para sabe”. Esa ha sido una especie de refrán que he aplicado en muchas circunstancias. Es tan sencillo que a veces olvidamos que si algo no se prueba en la práctica uno no puede estar completamente seguro de que funciona bien. Ese trabajo práctico en Tumán me enseñó muchas cosas que la universidadnonospodíaproporcionar.Teníamosuntalleromaestranza en la hacienda en el que se reparaba todo lo que fuera necesario. Por supuesto, algunos repuestos tenían que traerse de afuera; por ejemplo, las enormesmasas de los trapiches había que traerlas del exterior; pero, en general, todo lo que se malograba se arreglaba allí mismo. A lo largo del año había programados determinados períodos de trabajo a los que se les llamaban zafras, entre una y otra se paraban las máquinas, la producción se detenía y nos dedicábamos a realizar un mantenimiento general de la maquinaria. A mí me resultaba enormemente interesante el ingresar al interior de estas grandes máquinas detenidas, ya que era una gran oportunidad para ver de cerca todos los elementos que forman una organización industrial.

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