PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 18 19 Prueba para sabe llanura bordeada por cadenas de cerros en todas las direcciones, como si estuviéramos en el centro de un cráter lunar. Eran en los primeros años de la década de 1920, pero en mi memoria hay detalles que no guardan las fotografías. La pampa era seca, amarilla y marrón una parte del año, pero se ponía verde, aunque nunca frondosa, durante la estación de las lluvias. Hay también algunas fotografías en las que la pampa aparece completamenteblancadespués deunanevada,mañanas en las que el silencio circundante apenas se rompía por el sonido lejano de las máquinas de la mina y los gritos de los chicos que jugábamos haciendo muñecos de nieve. Vivíamos enuna casa que la compañía lehabíadado ami padre, pero guardo la sensación de que la vida diaria transcurría de puertas para afuera, donde no había calles y todos se conocían, amplios panoramas abiertos apenas interrumpidos por construcciones de un solopiso. Para un niño que abría los ojos al mundo, ese lugar estaba lleno de cosas asombrosas. Creo que lo que más me impresionaba era el ferrocarril. La línea del tren pasaba a unos cinco kilómetros de la casa, pero a mí me parecía que vivíamos rodeados de trenes. Toda la región, el corazón mismo de la minería de esa época en el Perú, estaba interconectada por rieles. La única manera de ir a Lima era por ferrocarril, así que de una u otra manera siempre teníamos que ver pasar, esperar la llegada o estar dentro de un ferrocarril. Después del día y la noche, el tren era el gran acontecimiento que marcaba el paso del tiempo. Recuerdo un instante que grafica esa relación vital que teníamos con el tren: mis padres y yo estamos dentro de un Ford del 29 que rueda velozmente por la pampa hacia la estación. Los amplios panoramas que nos rodean permiten ver el destino que nos aguarda como si pudiéramos anticipar el futuro. Mientras cruzamos la pampa a toda velocidad hacia la estación de Riavan, el tren se acerca cada vez más bajando por el cerro de Marcapunta, ¿llegaríamos a tiempo?, ¿perderíamos el tren? La gente de la ciudad decía que vivíamos “donde el diablo perdió el poncho”, pero para mí era el centro del mundo. Como todo niño, mi existencia giraba alrededor de la familia, mi padre, mi madre y, más tarde, mis hermanos; pero fue en el campamento de Colquijirca que descubrí que más allá de mi casa existía un mundo y fue donde comencé a relacionarme con él. Yo era el hijo del ingeniero, seguramente el más gringuito del campamento, pero a esa edad las diferencias importabanmenos y tenía amigos “cholitos pata enel suelo”, como se decía, fiel reflejo de una pobreza que ya empezaba a notar. En esa época comenzó también mi educación más formal. Tengo vagos recuerdos de los primeros años en que asistí a la escuela, con unas señoritas profesoras de apellido Espinoza que eran del pueblo de Concepción. Había dos o tres aulas y unos 80 niños a los que nos hacían formar en filas. La educación era para todos, de modo que muchos de mis primeros compañeros de carpeta eran los hijos de los trabajadores de lamina aunque, en esa época, muchos padres no veían la utilidad de educar a sus hijos y el analfabetismo era muy grande.

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