PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 210 211 Prueba para sabe donde empezaron a despegarse de la falda de sumadre, donde hicieron los primeros amigos y donde fueron incubando los cimientos de su raigambre minera. Los primeros años los vivióErnesto en la casa de San José, corriendo y jugandopor el cuartode lunas, el jardíndemargaritas, intrigado conel cuadro de los patitos en el baño y la poderosa terma a gas. Sus primeros juegos fantásticos se desarrollaronbajo las banderolas deYale yHarvard que colgaban de las paredes de la sala, calentándose con la gran estufa Coleman, la que aprovechaban también para calentar el delicioso pan serrano todas lasmañanas. En esos tiempos tomaron por asalto la sala, el comedor y las demás rincones de la casa haciendo que la imaginación multiplicase las funciones de sus juguetes yhasta animando los adornos, quizá para hacer más llevadera esa falta de amigos y compañeros de juego, en esa casa casi escondida en el fondo del valle. Será por eso que disfrutaban tanto los viajes. El camino de salida y de regreso a San José llegaron a conocerlo casi dememoria, tanto como las paradas obligadas y los restaurantes que nos cobijabanparamatar el hambre amitadde camino. Pero, tanto como los viajes, los dosmayores disfrutaban de la poza de truchas y de los paseos río abajo, en los que agarraron gran afición para la pesca. Pero no solo era la pesca, también se aventuraban hacia las ruinas de los ingenios mineros abandonados que, décadas atrás, había trabajado mi padre. Varias veces cargaron de regreso con la evidencia de sus excursiones: el picor de las ortigas incrustadas en los pantalones, en los zapatos y en las medias. UnamuybuenaépocaparaErnestofuecuandome tocóserpresidente de la Granja Azul Country Club. La primera vez que llevé a mis hijos, él se sorprendió con el enorme jardín que tenía el club, sin saber que en realidad se trataba de una cancha de golf. Justamente fue él quien más se hizo a los palos. Hasta ahora es un gran golfista. Durante años se pasó los fines de semana entre la cancha y la piscina, así fuera verano o invierno. Fue en el club que hizo grandes amistades, especialmente con losMazzetti, y donde precozmente empezó a jugar con los golfistas de la época. Además del club, allí nomás estaban las instalaciones de la Granja Azul de los Schuler, en la que Ernesto disfrutaba mucho devorando los pollos a la brasa, las ensaladas y, especialmente, los famosos crepe suzzette. Añosmás tarde, Ernestome acompañaría en la conduccióndeMilpo y se convertiría enmi hombre de confianza cuando empecé a hacerme de más responsabilidades y compromisos. La cercanía que tuvimos desde esos años primaverales en la solitaria casa de San José se reinventó en el quehacer cotidiano de nuestras oficinas en Lima yme acercó aún más al mayor de mis hijos. Luis José, en cambio, fue uno de esos chicos rebeldes que te sacan canas. Siempre les daba a mis hijos las propinas inculcándoles la idea del ahorro y cuando acumulaban un poco de dinero les compraba acciones de las empresas eléctricas. Un día recibí la llamada del Banco Internacional. Era el administrador queme decía que allí estabami hijo

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