Ernesto Baertl 108 109 Prueba para sabe orilla y nosotros pretendíamos que no las veíamos, todo esto enmedio de gritos y órdenes. Fueron días que ahora recuerdo muy divertidos, aunque dudo que aprendiéramosmucho sobre cómo hacer una guerra. De todasmaneras, al final del entrenamiento recibí undiploma queme ascendía al grado de Teniente de Artillería. Perono todo era estudiar, hacer deportes o jugar a los soldados. Cada año, en el mes de febrero, los bailes de carnavales eran tan importantes que casi paralizaban la ciudad. Todos teníamos un disfraz. Yo tenía un “dominó” amarillo con negro que se ponía y quitaba rápidamente como si fuera unoverol. Te lo sacabas, hacías con él un rollito y digamos que siempre estaba a lamano en caso de baile de disfraces, pues erami disfraz de todos los años.Habíamuchos bailes pero losmás concurridos se realizaban en el parque de Barranco, en el Lawn Tennis de Lima y en el Club Terrazas deMiraflores. Se trataba de grandes ocasiones que las chicas y chicos aguardábamos durante todo el año. Aunque la ciudad era mucho más pequeña, tener un carro era una gran ayuda para llevar una activa vida social. Yo no tenía carro pero se lo “robaba” a la abuela para ir al Club Regatas. En cambio, para ir a la universidad estaba el tranvía. Recién en el año 40 mi padre compró el primer Ford en la Casa Velo Hnos. por el precio de cuatro mil soles. Ese carro me lo prestaban un poco más hasta que en unos carnavales ocurrió un imprevisto. En esa época la familia pasaba el verano en Ancón, donde alquilábamos una casa. Pero yo no podía faltar a la fiesta de febrero en Barranco y logré que me prestaran el auto para asistir. A las ocho de la mañana regresaba de Barranco a Ancón y, a la altura de Puente de Piedra, me quedé dormido y –bandangán– me salí del camino. Felizmente no sucedió nada grave. No es que hubiera tomado tragos, simplementeme ganó el cansancio. Además, tampoco ibamuy rápido, así que terminé varado en una zanja. Claro está, después de eso volví al tranvía y tuve que ganarme nuevamente el permiso para volver a manejar el carro de mis padres.
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