Ernesto Baertl 208 209 Prueba para sabe años se ha mantenido en forma excepcional. Esomismo he tratado yo de hacer con mi propia familia. Hoy, cerca del final de mi vida, tengo cuatro hijos, doce nietos, una bisnieta y otra en camino. Pero la historia de mi descendencia empieza recién cinco años después de nuestro matrimonio con Gladys, cuando nació mi primer hijo, Ernesto. A él le siguen, siempre con dos años de diferencia, Luis José, María del Carmen y Jorge. Dos son de octubre y dos de marzo. Los dos primeros fueron siempre cómplices y a los dos últimos no les quedó otra que defenderse de las bromas de los mayores. Si bien me pasé la vida asumiendo con mucha dedicación mis obligaciones, siempreme di el tiempopara compartir largos períodos de vacaciones conmishijos. Enlosveranoshacíamosmucho camping, yendo generalmente aPuertoFiel, playa en laquehicimos ungrupogrande con los Rebagliati, los Peyón y con la familia de mi hermano Alfredo. Otras vecesnosmandábamosmudar enviajes familiaresdurante lasvacaciones largas, en los que siempre imperaban la unión y la chacota. Mis hijos vivieron conmigo hasta los 5 o 6 añosmientras trabajé en la mina, pero a los dos mayores me los llevaba siempre en cada viaje. Allá arriba les faltaba tiempo para irse al campo, entrar al laboratorio, meterse con los trabajadores a los túneles y para jugar con los hijos de los obreros. Pero mientras se hacían más grandes empezaron a perderle el encanto. Más tarde fueron cada vez menos y se asentaron con sus amigos en Lima. Una cosa curiosa es que, pese a que todos son muy inteligentes, ningunode ellos tiene un títulouniversitario, amenos que haya crecido en valor el PHD de la Universidad de Chumbivilcas que dice tener uno de ellos. Todos se han dedicado a los negocios, a las finanzas o a la comercialización, y desarrollado un gusto particular por cosas tan disímiles como personales. El mayor, Ernesto, fue concebido cuando ya vivíamos en Castrovirreyna. Sumadre pasó allí los primeros seismeses de gestación. Dicen algunos que los embarazos en la altura pueden ser un pocomás duros que en la costa; y quizá por ello Ernesto nació con dos kilos ochocientos y tuvo que pasar, para los estándares de aquella época, alrededor de un mes en la incubadora de la Clínica Americana. Pero se recuperó rápidamente. Ernesto es unmuchachomuy inteligente, un apasionado de la jardinería, del arreglo de la casa, tiene mucho gusto para eso. Es un gran esposo y tiene cuatro hijas maravillosas para las que ha sido un padre ejemplar. Como él y Luis José siempre andaban conmigo, los sábados en Castrovirreyna tomaron las oficinas como una gran parque de diversiones. Entonces todavía no eran tan traviesos, pero recuerdo la vez que descubrieron el dispensador de agua, toda una innovación para la época, y quedaron tan sorprendidos que al cabo de unas horas, de tanto tomarla, llenaron el bote de basura con los vasitos descartables de papel. Estaban hinchados como un bidón. Fue en Castrovirreyna
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