Ernesto Baertl 22 donde se reunían los empleados y sus esposas. También había una cancha de tenis y unas casetas donde vivían los patos que nadaban en la laguna. Con el propósito demantenerme a cierta distancia del agua, me habían dicho que en el fondo de esa laguna estaba el infierno. Yo lo creí totalmente y desde entonces la laguna se convirtió en un lugar inquietante. Quedé profundamente impresionado, pero esono impidió que cierto día, navegando en un bote, me asomara por la borda para ver cómo era el tan temido infierno. Mi curiosidad fue tan grande que me incliné demasiado y de pronto caí al agua. Dicen que los que están a punto de ahogarse tienen tiempo para revisar, como una veloz película, toda suvida pasada, pero yo -que casi nohabía tenido vida- loúnicoque sentía era el terror de verme arrastradohacia el fondo de la laguna, pues me figuraba a segundos de llegar al mismísimo infierno. Por suerte, todo no pasó de un chapuzón. Una mano poderosa me sacó del agua, quedé empapado y me gané un regañón, pero entonces descubrí que en el pequeñomundo del campamento de Colquijirca convivían, a un paso de distancia, el paraíso y el infierno. Mi mamá Julia y yo en uno de nuestros primeros retratos. Al costado, mi certificado de nacimento y, aba jo, mis abuelos Montori junto con mi mamá. A los extremos están mis tíos Carmen y Lucho Montori.
RkJQdWJsaXNoZXIy MTM0Mzk2