PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 38 39 Prueba para sabe Fernandini tenía en los alrededoresdePasco, comoLaQuinua,Ayaracra o Huanca. Eran grandes extensiones de tierra que estaban muy bien organizadas. Quienmanejaba esas haciendas era un amigodemi padre quemás tarde sería su socio, DonAquiles Venegas, que era pariente de los Fernandini, aunque como él mismo decía, socarronamente, era “el pariente pobre”. En esas visitas siempre había paseos a caballo ymuchas veces nos quedábamos a dormir. La riqueza de las tierras altas estaba en los rebaños de ovejas, que en ese tiempohabíanalcanzadoundesarrollo interesante. El transporte del ganado para ser vendido y beneficiado en Lima se hacía en trenes que tiraban de vagones especiales de dos pisos. Era un ganado fino, de muy buena lana y carnes, cuyos sementales se habían traído de Escocia. De hecho, también había pastores escoceses de verdad, como los McLennan o los McKinsey, que no usaban falda escocesa peroque sí teníanperros entrenados paramanejar los rebaños. En cambiopara ir aHuánucohabía que hacer un largoviaje en carro, solo que en lugar de bajar hacia la costa nos desviábamos en dirección contraria y descendíamos por los valles bajos y calurosos que hasta ahora hacen presentir la selva. El camino era tan estrecho que los autos y camioncitos de la época únicamente lo podían utilizar en una sola dirección, un día era de subida y el otro de bajada. Después de semanas y meses de vivir en la sequedad fría de las alturas, al bajar a Huánuco sentíamos cómo el calor y la humedad del ambiente se apoderaba de nosotros. Era un nuevo mundo de olores y sabores que despertaba al pasar de la cordillera al trópico. EnHuánuco nos hospedábamos en el Hotel Fiume, de donBlas Sercovich, que abría sus puertas en la Plaza de Armas. Al llegar, lo primero que hacía mi madre, como un rito obligatorio antes siquiera de abrir lasmaletas, era poner de cabeza los somiers de las camas, bañarlos de ron de quemar y encender un fósforo para achicharrar los piojos o pulgas que pudieran haber. Y efectivamente se sentía cómo los insectos reventaban con el calor del fuego. Solo después de ese ritual se abrían las maletas y se tendían las camas. En uno de esos viajes a Huánuco, cuando tenía unos 10 u 11 años, llevé un par de patines que me acababan de regalar. Deben haber sido los primeros patines de cuatro ruedas que llegaron a esa ciudad y yo el primer patinador que apareció un día en la Plaza de Armas. Como era inevitable, los muchachos de los alrededores comenzaron a juntarse para perseguir y cantarle al patinador: “Gringo machiche saca tu pichi para hacer cebiche”. A partir de los años treinta los viajes en automóvil se hicieron más frecuentes, sobre todo cuando se abrió el camino por Canta. Entonces dejamos el hotelito de Río Blanco y Canta se convirtió en nuestra

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