45 No se ponga más el termómetro, señora Cuandomi padre llevóamimadreaCerrodePascose instalaron en un par de cuartos en las inmediaciones de la fundición de Huaraucaca. Yo nací meses después cuando él ya había sido trasladado a la mina de Colquijirca, a poca distancia. Presumo que ese traslado fue un ascenso. En todo caso ya no ocupaban los dos cuartos, sino una pequeña casa en la que viví los primeros siete años. El piso erademadera y las paredes de tierra apisonada, como se acostumbraba en la sierra. Aunque inicialmente el agua llegara en baldes, había electricidad en el campamento, por lo que teníamos luz en las noches. Si Colquijirca era el mundo exterior, esa casa era mi mundo interior. Nuestravidadomésticaera tansencillay retiradaque las generaciones actuales podríanpreguntarse cómo era posible que una familia de Lima pudiese vivir tan lejos y en un lugar tan frío y, sin embargo, considerar que ése era su hogar, un hogar feliz. Mis padres tuvieron una vida de trabajo. Él salía todos los días muy temprano hacia la mina y ella se quedaba cuidandode la casa, a cargode las tareas del día. Conel tiempo, Con mi mamá en la puerta de la casa de los abuelos en Barranco.
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