PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 46 47 Prueba para sabe la familia fue creciendo. Yo nací en 1922 y al año siguiente nació mi hermana Carmen; tres años después llegó JuanManuel y, en adelante, con una diferencia de dos años, naceríanmis hermanos Alfredo, Julita yMaruja. Nueve años después, con dos años de diferencia, vinieron al mundo JoséAntonio yAugusto. Para los criterios actuales éramos una familia bastante numerosa, aunque en esa época a nadie se le habría ocurrido pensar algo así. El campamento era un buen lugar para crecer, pero no para nacer o curarse de alguna enfermedad. Por eso, si nos enfermábamos o nos pasaba algodebíamos ir aLima, dondenos abrigabanmejores cuidados. Mi hermana Carmen, sin embargo, nació en Colquijirca. Cuando mi madredebía trasladarse aLimapara el parto, unahuelgade ferrocarriles impidió el viaje. Carmen tuvo que nacer a la antigua, atendida por la señoraCristinaHerold, partera y esposa del cervecero alemándeCerro. El alumbramiento fue buenopero en los días siguientesmimadre sufrió de fiebres altas por un proceso bronquial y no pudo amamantar a su primera hija. Ese inconveniente se salvó como se hacía entonces, con la ayuda de una “ama de leche”, que fue la esposa del ingeniero Camino. Por esos días,mimadre que estaba confiebre en cama,muy angustiada, le preguntó al médico: - Doctor, ¿qué puedo hacer contra esta fiebre? Entonces el Doctor Bravo, que así se llamaba el médico del campamento, le dio su mejor receta: - Muy sencillo, Señora, no se ponga más el termómetro. Era sencilla receta resultó siendo una máxima para la vida e, inmediatamente, el consejo del doctor Bravo entró en el anecdotario familiar que siempre recordamos. Si no hay remedio rápido, no vale la pena angustiarse por eso. Con el paso de los años la casa se fue llenando de niños, pero no recuerdo que fuéramos traviesos o que le diéramos demasiados dolores de cabeza amimadre. Yo, que era el mayor y que se suponía debía ser el ejemplo paramis hermanosmás pequeños, era lo que se podría llamar “un niño bueno”. Mis padres nunca usaron castigos físicos conmigo, lo que era una excepción en una época en la que se creía a pie juntillas en el método de “la letra con sangre entra”. El más grave incidente que recuerdo ocurrió un día en La Quinua, cuando por alguna insensata razón le di un martillazo en la cabeza a mi hermana Maruja. Suena terrible, perono debió ser tan fuerte ya que solo le produjoun chinchón en la cabeza. Como fulminante castigo mi madre me desvistió y me metió en una tina de agua fría donde recibí una buena filípica. Santo remedio, nunca más le di de martillazos a nadie. Nuestros días pasaban sin novedad y los menores detalles podían parecer ocasiones únicas. Si caía nieve salíamos a la puerta de la casa y podíamoshacerunmuñecoounasbolas redondasque, tardeotemprano, salíanvolando endireccióna algúndesprevenido. También recuerdoun día enquemurióunpajarito y lo enterramos con todoun ceremonial en el patio de atrás de la casa. Esos eran nuestros grandes acontecimientos.

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