PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 48 Al final del día, cuando mi padre regresaba después de un largo y agotador día de trabajo en la mina, su gran placer era quitarse las botas altas o los botines que llegaban hasta la rodilla, cerrados con unos pasadores kilométricos que nosotros nos encargábamos de aflojar. Teníamos un perro salchicha llamado “Waldman”, que en alemán significa “el que cuida el bosque”, y que fue el primero de varias generaciones de perros salchichas que tuvo mi padre, con el mismo nombre, a lo largo del tiempo. También teníamos una oveja que atábamos a unpequeño cochecito -que servía como carreta ennuestros juegos- y gallinas y cuyes que circulaban libremente por la cocina. Esa época demi vida terminó cuando cumplí los siete años y llegó el momento de estudiar en Lima. No recuerdo que haya sentido pena por partir. Seguramente porque las perspectivas de la nueva vida que me esperaba en la capital eran demasiado tentadoras como para afligirme por lo que dejaba atrás. Por otro lado, mi madre me acompañó en el viaje aLima,me instaló encasa de sus padres,mis abuelos, y regresó con mi padre ymis hermanos. Tal vez esa separación temprana hizo que, a diferencia demis hermanos, yo siempre quisiera regresar aColquijirca. En los años siguientes regresé durante las vacaciones escolares y cuando mis hermanos vinieron a la capital para hacer sus estudios, ymi madre comenzó a pasar más tiempo en Lima, a mí me gustaba pasar mis vacaciones acompañando a mi padre en la mina. No era conciente de eso, pero entonces se estaba formando mi vocación. En 1928 o 1929 había terminado mi primera infancia. Se suponía que yo ya tenía lo que se llama “uso de razón”. Al la derecha, recibiendo a un integrante más de la familia, mi hermano José Antonio. Aba jo, las dos Julias, hija y madre, Montori Schütz y Schütz Ortlieb, respectivamente. En 1994 nos juntamos los 8 hermanos. De arriba a aba jo, Carmen y Ernesto, Juan Manuel y Alfredo, María Amalia y Julita, José Antonio y Augusto.

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