PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 54 55 Prueba para sabe “a la par conLondres”, es decir con la libra esterlina. En el otro extremo de la cadena llevaba un reloj de bolsillo con tapa. Como no veía bien, este reloj marcaba la hora exacta con unas campanitas. El reloj iba en un bolsillo del chaleco y el monedero en otro, de modo que la cadena pendulaba visible debajo del saco. El abueloVíctor teníaunmediohermano, llamadoAmadoMontori, que se casó conCarolina Shultz, hermana demis dos abuelas. Amado trajo a dos sobrinos de España, Pedro Montori Uriarte y Germán Ortiz Montori. El tío Amado vino al Perú después que mi abuelo y probablemente inquietado por él. Más tarde fundó la Casa A. Montori y Compañía, un establecimiento en la calle Mantas, muy conocido en Lima, que vendía papeles pintados, alfombras, cortinas y objetos para la decoración del hogar. También en esa tienda trabajé cuando era muchacho, ayudando como dependiente en las temporadas de mayor venta. En la casa de Barranco vivían los hermanos demi madre. La única mujer era Carmen, la tía Carmen, que entonces todavía era soltera y ponía especial cuidado en la crianza de sus sobrinos, cosa que para nosotros no era otra cosa que una refinada tortura. También estaban los hermanos varones de mi madre, Augusto y Manuel. Augusto estudió Agronomía, trabajó en la Hacienda de Bravo Chico y después se fue a Piura. Manuel fue abogado y llegó a tener mucho éxito en su profesión. El menor de los hermanos se llamaba Luis. Cuando tenía 8 o 9 años sufrió una tifoidea muy fuerte que le afectó la mente y quedó prácticamente en estado vegetal. En esa época, la enfermedad y la muerte eran experiencias de las que no se libraba prácticamente ninguna familia. Sobre la cómoda de mi abuela Julia recuerdo los retratos de sus hijos mayores, Arturito y Francisco, que habían fallecido siendo muy jóvenes. En la inmensa casa de Barranco, en la que vivían sus hijos y más tarde sus nietos, reinaba benevolente el abueloVíctor. Cuando lo conocí ya no trabajaba en el molino de Barrios Altos, se había retirado por una afecciónmuy fuerte en los ojos. Tal vez por esome hacía sentar a su lado para que le leyera el periódico, cosa que cumplía obedientemente, aunque a veces me apartaba de la lectura para inventar historias que él escuchaba imperturbable como si no se hubiera dado cuenta. También jugábamos chaquete, un juego al que hoy llaman backgammon. Ponía sobre la mesa una peseta -20 centavos- y el que ganaba se quedaba con ella. Al abuelo le gustaba el chaquete, pero más le gustaba ganar y era capaz de hacer alguna trampa para ponerme a prueba. Años más tarde, cuando enfermó de cáncer a la lengua, me tocó asistir a su larga y dolorosa enfermedad. Para entonces ya casi no salía de su cuarto, sufría de esta enfermedad terminal que le había abierto un agujero en la cara y producía un olor y unos dolores terribles. Nos turnábamos para cuidarlo. Amí, que era su ahijado,me decía: “Tráeme el venenopara las ratas. Ya no aguantomás el dolor”. Ese triste recuerdo guardo de cómo se fue el abuelo Víctor el 4 de julio de 1942.

RkJQdWJsaXNoZXIy MTM0Mzk2