Ernesto Baertl 62 63 Prueba para sabe que el bolsillo superior del saco quedaba en el lugar contrario, lo que ponía en evidencia que el terno era usado aunque no lo pareciera. Por supuesto todos llevábamos al pelo corto y la moda era peinarse a lo Carlos Gardel, con mucha gomina para no despeinarse. Como todavía no aparecía la gomina de marca, cada uno hacía la suya comprando en la farmacia goma tragacanto para mezclarla con agua y unas gotas de colonia buscando elmejor aroma. Siempre enpequeñas cantidades porque si se dejaba varios días semalograba. Muchas de las cosas que hoy se compran las preparábamos nosotros mismos antes de usarlas, y el resultado era tan bueno omejor que el de los productos que nos inundarían después. Para lavarse el pelo no se usaba shampoo sino jabón de pepa y jugo de limón que, efectivamente, dejaban el cabello muy suave. No había chisguete ni pasta de dientes, en su lugar utilizábamos bicarbonato de los Laboratorios Herba que frotábamos contra los dientes usando escobillas de cerda natural. Todo eso era lo normal, así lo hacían los pobres y los ricos. Vivíamos un tiempo en el que la sociedad de consumo todavía no había sido inventada. El capítulo de las medicinas, remedios, ungüentos y tónicos merece un comentario especial para dar una idea de los hábitos de la gente. Desde luego, los chicos no teníamos más alternativa que abrir la boca para recibir la inevitable cucharada. Era la tía Carmen la que se encargaba de administrarnos puntualmente todos los remedios que se suponían indispensables para nuestra buena salud. Cada mes era de rigor una buena limpia del cuerpo y del alma. Para el cuerpo estaba el purgante que se administraba todos los meses, preferentemente un sábado para que no coincidiera con el colegio. Había dos sustancias, la menosmala era la “Limonada purgante Leonard”, pero si no teníamos suerte o necesitábamos algo más fuerte, entonces la cucharada venía llena de aceite de ricino, una sustancia espesa que tenía un sabor muy desagradable. Como premio consuelo, una vez que vaciábamos la cuchara, nos dabanuna “Toni Cola”, la bebida gaseosa de entonces. Del alma se encargaba la familia, el colegio, los sacerdotes y las confesiones de los primeros viernes de cada mes. Otros remedios de rigor para los golpes, dolores de estómago, nervios, granos, picaduras de insecto o cualquier otro mal eran la “Maravilla Curativa de Humpheys”, el “Agua Florida de Murray y Lanman”, la colonia “4711”, la “Timolina Leonard” y el "Vinagre Bullí", ideal para fiebres altas. Éstos no eran desagradables y se tomaban o frotaban casi con gusto. Pero la verdadera obsesión de la época eran los suplementos vitamínicos. Un chico en plena edad del desarrollo debía alimentarse de manera especial, como si los alimentos de todos los días no fueran suficientes. Nos daban “huevos de angelote”, que eran las hueveras de unos peces grandes que pescaban en el norte y que se vendían casi por pedido especial a domicilio. El otro suplemento para reforzarte era el aceite de hígado de bacalao, conocido como “Emulsión de Scott”, que
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