67 Siempre dándole vuelta a la vitrola Barranco era un balneario. En realidad era un pequeño pueblo al bordedel acantiladounidoaLimapor uncaminoyuna líneade tranvía que llevaba y traía gente de la casa al trabajo y viceversa. Todos se conocían y se respiraba un ambiente de gran tranquilidad. Si la gente decía que en Lima no sucedía nada, muchomenos pasaba en Barranco. Recuerdo la casa como si la hubiera visitado ayer. Ya no existe, desapareció en los años setenta para dar lugar a un impersonal y feo edificiode departamentos. Supongoque es loque llamanel progreso. La casa quedaba enSáenz Peña 102, haciendo esquina conGrau y, para que entrase la llamada, a la telefonista había que indicarle el “40-Barranco”. Era una casamuy grande, de un solo piso, con una reja demadera y un jardín conmatas de flores que daba vuelta a la construcción. Al jardín lo rodeaba una larga vereda que nos servía para montar bicicleta y patinar. Al ingresar por lapuerta que daba a lamisma esquinahabíauna escalera con tres o cuatro escalones, pues la casa había sido construida La tía Carmen, una presencia constante en la casa de Sáenz Peña, y yo en brazos de mi madre. Aba jo, el tío Pedro Montori me carga junto a mi mamá en los exteriores de la casa de Barranco.
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