Ernesto Baertl 70 71 Prueba para sabe Yo nací en el cuarto que guardaba la pianola, que en ese tiempo sería donde dormíanmis padres. Con los años nosotros nosmudamos a esos cuartos. Después, ya más grande y con menos susto, viví en el cuarto con el cuadro del purgatorio. Los abuelos fueron los únicos que vivieron hasta el final en sus dos dormitorios. Salvo por los viajes a la sierra, en las vacaciones escolares casi no nos movíamos del barrio. Esa rutina solía quebrarbase algunos domingos de verano cuando la familia en pleno partía de paseo hacia Pucusana. Eran excursiones planificadas desde el día anterior para poder salir a las seis de la mañana, en un viaje de aventura que duraba unas tres o cuatro horas. Como entonces todavía no existía la carretera Panamericana, gran parte del viaje lo hacíamos por caminos que pasaban por entre las chacras. Todos nos acomodábamos en uno o dos carros que, además, también cargaban con las sombrillas, sillas, canastas, botellones de agua, ropa para cambiarse después del baño y, desde luego, los platos, las ollas para almorzar en la playa y todo lo que hiciera falta. Era una verdadera mudanza. Con el hambre que dan los baños de mar comíamos un buen arroz con pato que, nunca como entonces, nos parecíamás que delicioso. De postre era clásico el manjarblanco con trocitos de coco que preparaba la tía Carmen. De esos domingos de verano tengo la imagen del abuelo Víctor frente al mar, sentado en una de las sillas con traje, cuello, corbata y sombrero bajo el sol ardiente de Pucusana. La gente de su generación no se quitaba la corbata ni siquiera en la playa. Por el lado de la avenida Grau había un espacio en donde se podían guardar unpar de autos aunque, colindante con la casa vecina, estaba el garaje. Al abuelo le gustaban los Studebaker peronomanejónunca, para eso estaba Don Pancho Manrique, un chofer moreno y barranquino muy gracioso. Don Pancho dejaba siempre las llaves del carro sobre una consola y, ya muchacho, yo me las robaba para ir a remar al Club Regatas. Siempre estaba de regreso antes de las ocho de la mañana porque debía ir a la universidad, así que dejaba las llaves en el mismo sitio suponiendoquenadie sedaría cuenta. Cuando llegabaDonPancho encontraba el carro con el motor caliente, entonces se rascaba la cabeza y repetía en inglés, “JesusChrist”. Ése era sudicho clásico. Con el tiempo yame llevaba el auto con el permiso de la abuela y le echaba la gasolina en latas de 5 galones del grifo de Jara, que quedaba frente a la casa. La casa tenía otros tres cuartos más. En uno de ellos armé mi laboratorio de química, a continuación venía el cuarto del mayordomo y, por último, el cuarto de la costurera. Allí siempre había una mujer cosiendo, no sé qué cosía pero siempre estabamuy ocupada. La cocinera se llamaba Honoria, era una buena mujer y estuvo en la casa durante muchosaños.Comotodavíanosepopularizabanlos refrigeradores, cada mañanaHonoria iba almercadode Barranco (hoy es un supermercado Metro), llevaba 10 soles y en dos canastas traía todo lo necesario para el almuerzo y la comida del día. Pero si hacía falta algo urgente, en la esquina del frente quedaba la tienda del Chino. Éso es lo único que no ha cambiado. Paso por allí con cierta frecuencia y he entrado un par de veces solo para comprobar, con cierta felicidad, que todo sigue idéntico
RkJQdWJsaXNoZXIy MTM0Mzk2