Ernesto Baertl 72 73 Prueba para sabe a como era en1930. Si había una necesidad, la abuela decía “anda donde el Chino”, corrías, hacías tu pedido y él, que era un chino auténtico, lo apuntaba en la cuenta que llevaba en una libreta pagadera a fin demes. Los días tenían una rutina que se repetía sin alteración y que marcaban el ritmo tranquilo y placentero de nuestras costumbres. En lasmañanas llegaba la frutera. Gregoria tocaba la puerta y entraba para vender sus frutas y conversar con quien estuviera disponible. También habíauna lavandera que recogía la ropa y ladevolvía impecable, doblada y planchada. Tampoco podía faltar el lechero con su carro jalado por un caballito, sobre el que llevaba la leche fresca a granel en porongos de metal. Nadie conocía todavía a Pasteur. También pasaban por la calle el turronero y el panadero con carretilla y cornetín. Frente a la casa, por la avenida Grau, pasaba la línea del tranvía eléctrico de ida y vuelta. Al frente iba el motorista que manejaba el sistema con una sola llave, una especie de reóstato que de acuerdo al movimiento le dabamás omenos energía almotor, subiendo o bajando la velocidad. Para detenerse le quitaba la electricidad y apretaba los frenos. Los tranvías de Barranco daban vuelta en la calleCueva, así que no necesitaban doble control. Pero los tranvías al Callao, que llegaban a la Plaza San Martín, tenían controles para el motorista en los dos extremos del coche y eranmás elegantes, con asientos de esterilla, muy frescos y de buen aspecto. En cambio, los de Barranco tenían asientos de cuero colormarrón y con rejillas para poner paquetes. En esa época había relativamente poca gente y el servicio eramuy cómodo y eficiente. En la casa, sin embargo, había una historia con el tranvía. El que venía de Lima se detenía en la esquina de nuestra casa y producía unos ruidos y movimientos parecidos a un pequeño temblor. Ya estábamos completamente acostumbrados pero, con los años, la abuela Julia ya no los soportaba y se le metió en la cabeza que el tranvía tenía que dejar de pasar por la puerta de la casa. Por supuesto era un deseo imposible de cumplir, pero a mi padre y a mi tío Manuel la abuela los increpaba diciéndoles: “Ustedes nome hacen casoporque seguramente son socios de la compañía de tranvías”. Años después, cuando los tranvías dejaron de pasar, la abuela ya no estaba para disfrutar del silencio de la calle. Por el ladode laAvenidaGrau éramos vecinos de la familiaRivarola, con la que éramosmuy amigos. El farmacéuticoOlivera se casó conuna de las hijas de los Rivarola, que años después encontré como encargada de la biblioteca de ESAN. Siguiendo por Sáenz Peña, colindábamos con la residencia de la familia Aparicio y, a continuación, estaba la casa del Embajador de España. En la cuadra siguiente vivía la familia Venturo que tenía la hacienda Higuereta, donde fabricaban una serie de enjuagues y vinagres que no llegaban a ser vino. Un par de casas más allá estaba la casa de María Julia Dasso, viuda de Raffo, que vivía con una hermana solterona llamada Elciria Dasso. Al frente estaba la gran casa de Don Andrés Dasso, que en la época de Benavides fue alcalde de Lima. Andrés Dasso era hermano de Don Miguel Dasso, que tenía una gran maderera en la esquina de Paseo de la República y Grau. Siempre por Sáenz Peña, camino de regreso, había dos casas grandes de los hermanos Ferrand. La que colindaba con la casa que
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