PRUEBA PARA SABE

Ernesto Baertl 80 81 Prueba para sabe las famosas encomiendas con verdaderas delicias como los alfajores, el manjar blanco de Tarma o la mantequilla de Apurímac. Pero estas memorias no estarían completas si no mencionara las famosas golosinas que apreciábamos tanto en el Champagnat como en el Santa Rosa. Al salir de clases nos encontrábamos con el chocolatero, el turronero o el heladero, figuras clásicas y tentadoras que en cierta forma hicieron que nos iniciemos en el mundo de ‘las finanzas’, ya que con nuestras reducidas propinas teníamos que ‘negociar’ entre los compañeros, compartir o hacernos préstamos para recibir los ‘beneficios’ de las delicias que se ofrecían. Nuestras despreocupadas existencias siempre transcurrían cerca de estas golosinas. En parques, avenidas o donde se realizara alguna reunión, allí estaban los ambulantes del colegio. También acudían el barquillero, que llevaba sus barquillos dentro de un tambor metálico cerrado con una gran tapa; el bizcochero, que entre otras posibilidades ofrecía el famoso ‘chancay de a medio’ (5 centavos), un bizcocho semi dulce, suave y sabroso; y, al caer la tarde, unamorena recorría las calles muy suelta de huesos pregonando: “Revolución caliente, para rechinar los dientes. Azúcar, clavo y canela, para rechinar las muelas. Por una esquina me voy y por otra me vengo”. La ‘Revolución caliente’ era una pequeña tostadamuy sabrosa. Todos estos dulces eran de origen casi casero, hechos en pequeños talleres anteriores a la época de las grandes fábricas de golosinas. Mención especial merece el chocolatero que se ubicaba en la puerta del Santa Rosa. En su triciclo ofrecía chocolates, galletas, chicles y caramelos pero, además, tenía como atracción especial una pequeña y tentadora ruleta. Con ellamuchos nos iniciábamos como jugadores y, si la suerte nos acompañaba, podíamos multiplicar por tres o por cuatro nuestrapequeña compra. El chocolatero, que tenía esta especiede casino ambulante, era llamado ‘El Pirata’, pues llevaba un gran parche en el ojo y se daba maña para convencernos. Se diría que tenía muy buen ojo para las ventas. Las clases en el colegio deChosica terminaban los sábados a las doce del día, hora enque recibíamos una propina que nuestros padres habían encargado a los curas agustinos. Entonces, previa visita a los vendedores de golosinas, nos encaminábamos a tomar el autovagón que partía en dirección hacia Lima. Se trataba de un pequeño tren con un motor diesel que producía la electricidadque impulsaba el coche. Enel camino, arrullados por el traquetear rítmico de las ruedas contra los rieles de la

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