MINERÍA ABRIL 547 | EDICIÓN ABRIL 2023

MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero MINERÍA / ABRIL 2023 / EDICIÓN 547 80 Al final de los 50 del siglo XIX se darían cambios sustanciales a la economía peruana por el ingreso de los primeros sindicatos americanos que iniciaron la explotación técnica y racional de las minas del centro. Socialmente la República inaugural se cimentó con la naciente burguesía minera en las sierras, pero también con la agraria de la costa norte. Este fenómeno tuvo su origen en lo que podríamos llamar el “indemnizar” a los propietarios de las minas a manera de rescate por su “contribución” a la destrucción del Sistema Monopólico español. Tal hecho favoreció a los dueños de antiguos yacimientos mineros ubicados en el Cerro de Pasco, en Yauli, Junín, y en Yauyos y Huarochirí, Lima. La agricultura también pediría y obtendría su parte en el norte, los cañeros en Trujillo y Lambayeque, y los algodoneros en Piura, dieron fe. En la sierra central la producción minera había crecido en el siglo XIX gracias a los pequeños propietarios, quienes inicialmente fueron criollos nativos, pero que serían después seducidos por los nuevos sindicatos yanquis y por capitales ingleses en el rubro de trenes tales la Duncan Fox y la Peruvian. El principal foco minero desde los tiempos cruciales de posindependencia siguió siendo el Cerro de Pasco. Más sociológicamente en esos tiempos modernos la fuerza de trabajo ya no se obtenía de la mita sino del régimen llamado de “Enganche” que Europa utilizaba desde el siglo XVIII en sus colonias para diversas actividades principalmente en las minas, incluso entre nosotros sería usado a raudales y es más, al final del siglo XX acariciaría un cierto parentesco con un “nuevo invento” socioeconómico ecuménico, la Tercerización del Trabajo. El sistema de Enganche se inicia en la posindependencia como una modalidad de reclutamiento de mano de obra, generalmente no calificada, por un “enganchador” que ofrecía trabajo en una mina a un potencial jornalero con el agregado que le adelantaba pago a descontar de sus futuros jornales. Si aceptaba, el mismo enganchador lo conducía a la mina donde efectivamente trabajaba. Sin embargo, lo detestable del método era que antes de cerrar el contrato con el enganchador, el futuro trabajador debía ofrecer garantía sobre el tal adelanto —generalmente terrenos agrícolas—. Sucedía que casi nunca el enganchador devolvía el bien en garantía, porque el trabajador en la mina quedaba atrapado por una red de mecanismos, sanciones y pagos por alimentos que debía comprar en la mercantil de la empresa, de manera tal que en esa espiral de adeudos debía laborar mucho más tiempo del acordado y aún así no le quedaba fondos para recuperar el bien pignorado y finalmente se quedaría a vivir en la mina.

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