MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero EDICIÓN 569 / FEBRERO 2025 60 religiosos del convento dominico, fundado en 1548, con su prior fray Jerónimo de Villanueva. Seguíamos treinta franciscanos, orden fundada en 1552. Y presididos por el comendador fray Sebastián de Castañeda, venían veinticinco mercenarios. Éstos tenían la antigüedad de fundación en Guamanga. Después de las comunidades religiosas, y en medio de ocho vecinos acaudalados, iba don Amador de Cabrera llevando el guion del Santísimo. Seguían doce monaguillos con pebeteros de filigrana, que despedían nubes de aromado incienso, y el palio parroquial, de brocatel de seda, con varillas de plata sostenidas por seis regidores del Cabildo. Tras el párroco y los eclesiásticos que lo acompañaban bajo el palio, llevando la Custodia de oro deslumbradora de pedrería preciosa, venían el alcalde don Juan de Palomino, de la orden de Montesa, y el corregidor don Hernán Guillén de Mendoza con el resto de los cabildantes y empleados reales. El estandarte de la ciudad ostentaba un castillo de oro con un cordero y una bandera, y era conducido por el alférez real don Miguel de Astete, natural de Calahorra, el mismo que en Cajamarca derribó a Atahualpa de las andas de oro en que lo conducían sus vasallos y le arrancó la borla imperial. En 1535, Astete, a quien habían tocado en el repartimiento del rescate nueve mil pesos de oro y trescientos sesenta marcos de plata, se fue a España en el navío San Miguel, conductor de gran tesoro para la corona. Allí escribió una relación de la conquista que, según Jiménez de la Espada, se conserva inédita en uno de los archivos. Después de tres años de permanencia en su patria, volviose al Perú, y fue uno de los principales fundadores de Guamanga. Escoltaban la procesión cuarenta hidalgos, en lujoso atavío de alabarderos reales, capitaneados por don Francisco de Angulo, primer alcalde de minas, y por el veedor don Gonzalo de Reinoso. Detúvose la procesión frente a tres soberbios altares, cuya mesa era formada por barras de plata. La procesión, que pasaba por entre arcos cubiertos de flores y joyas, no habría sido más suntuosa ni en la capital del virreinato. En el arrabal o barrio de Carmencca, los naturales del país recibieron al Santísimo con loas, tarasca, gigantes y gigantilla, danza de pallas y diversos festejos. Los cohetes atronaban el espacio, y el contento de la muchedumbre era indescriptible. A las dos de la tarde una compañía de cinco comediantes, traídos ad hoc de Lima, representó un auto sacramental que fue ruidosamente aplaudido. Don Amador de Cabrera, que llevaba en una mano el guion parroquial y en la otra el sombrero con cintillo de oro esmaltado de brillantes, queriendo gozar a su sabor del auto, 3. Bocamina en el Cerro de Pasco al final del siglo XVIII: Tres japiris o capacheros esperan turno de entrada. Otro asoma subiendo capachas con mineral.
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