REVISTA MINERÍA 543 | EDICIÓN DICIEMBRE 2022

MINERÍA la mejor puerta de acceso al sector minero MINERÍA / DICIEMBRE 2022 / EDICIÓN 543 84 Oroya, ciudad que a la sazón tenía capacidad instalada de servicios básicos sin uso, los que podrían ser ofrecidos casi de inmediato. Mas el afán era levantar una moderna villa minera dizque con todas las comodidades, aunque vistos los resultados el compromiso tuvo sus bemoles, tanto que luego de concluida la nueva ciudad, el ánimo de los morocochanos no se tranquilizó, pues era evidente que temían perder, junto con sus hogares, su propia identidad social. Pero detengámonos un tanto para mejor conocer este legajo muy actual. Quienes alguna vez laboramos en Morococha la conocimos como un típico poblado minero altoandino asentado sobre ingente cantidad de mineral incluyendo al cerro de Toromocho en aquel momento un inmenso depósito cuprífero que la cercaba. Esta configuración geomorfológica determina, o determinaba, en el verano su aspecto grisáceo, soso, apagado y sin embargo níveo y luminoso en invierno, además de sus ventiscas inopinadas en cualquier estación. Su prosapia es antiquísima, de mucha migración humana desde el valle del Mantaro, de Huancayo y alrededores particularmente. Sus trabajadores heredaron la gran estirpe sindicalista y aún levantisca de los años 30. Pues bien, resulta que todas esas características humanas y geomorfológicas se exacerbaron con la desnacionalización de Centromin y aparecieron contextos sociopolíticos que debían ser estabilizados por decir lo menos. El desarraigo del poblado de Morococha fue solo uno de ellos, y aunque en el Perú las estadísticas demográficas no son su fuerte, al final del siglo XX se calcula habitaban entre Morococha Nueva y Morococha la Vieja más de 1,500 familias que reunían a mineros de Centromin y sus familiares, pero también a obreros de otras minas, amén de familias “particulares” cuyo oficio era ofrecer servicios varios a los trabajadores tales como abasto, alimentación o inclusive alojamiento. Este grupo comprendía también a las autoridades civiles ediles, policiales y de justicia, entre otras. El drama se aviva cuando la empresa que se agenció de la mina, decide iniciar el beneficio del imponente Toromocho, lo que de hecho implicaba la desaparición del poblado. Incertidumbres Para ejecutar la obra fue necesario desarraigar a la población morocochana y ubicarla en un territorio alejado de las nuevas labores del tajo, lo que por cierto incluía la temida demolición. Esta nueva realidad sobrecoge y angustia a sus gentes, pues presentían que el inicial e inocente “desocupar” sus viviendas al final acarrearía su destrucción. Pero la decisión estaba tomada al más alto nivel de la autoridad nacional. Para emplazar al proyectado poblado primero se pensó en Pucará, un pequeño caserío ubicado vereda abajo de Morococha, donde sus avispados habitantes comenzaron a construir al desgaire edificios más o menos grandes y fuertes con el propósito de acoger a los desplazados. Sin embargo, la intención del nuevo dueño era construir un pequeño “campamento minero” con las comodidades modernas, que de otro lado la legislación le exigía. La cuestión era dónde, de suyo debía ser un sitio que no colisionase con las minas o denuncios mineros colindantes que en la zona los hay, Argentum o Santa Rita, por ejemplo. A la sazón la zona más apropiada se precisó encima y a la izquierda de Pachachaca en una banda sobre el tramo de la Carretera Central que va a La Oroya, justo

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