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100 AÑOS DEL NACIMIENTO DE DON ALBERTO BENAVIDES DE LA QUINTANA

Por: Augusto Baertl M., expresidente del Instituto de Ingenieros de Minas del Perú.

En la fecha en que rememoramos los 100 años del nacimiento de quien fuera uno de los más importantes impulsores de la minería en el Perú: don Alberto Benavides de la Quintana, considero de vital importancia, recordar justamente en estos momentos tan complejos que está enfrentando nuestro país, a peruanos, que a través de su ejemplo, nos enseñaron la manera correcta de hacer empresa en el Perú, buscando siempre, generar impacto, no solo en los resultados  de sus actividades, sino también en el entorno social que rodea sus operaciones. 

Creo firmemente que es a través del ejemplo, que uno se gana el respeto y admiración de las personas, y don Alberto Benavides de la Quintana fue un claro modelo de que existen empresarios con gran sensibilidad social y amor por nuestra tierra.

Alberto fue un explorador nato y un esforzado trabajador. Poseía una facilidad fascinante para encontrar oportunidades mineras, donde nadie más las veía. Fue justamente su pasión por la búsqueda incansable de nuevos recursos mineros, así como su gran capacidad de gestión, lo que le fue abriendo camino, en un primer momento a la conformación de una empresa de mediana minería, y luego, con mucho esfuerzo y sacrificio, a la gran minería, a través de diferentes emprendimientos. 

Una de las personas que con seguridad más le incentivó desde niño la curiosidad por la minería, fue don Eulogio Fernandini de la Quintana, primo de su madre, dueño de Colquijirca.  Don Eulogio  a través de sus historias en Cerro de Pasco, que mezclaban aventura con tecnología, le fue poco a poco avivando las ganas para incursionar en esta apasionante carrera, la que con el tiempo, se convirtió en su estilo de vida y en su sello diferenciador.  

Estudió ingeniería de minas en la antigua Escuela de Ingenieros, pero su verdadera pasión fueron las ciencias geológicas lo que quedó plasmado en su activa participación por varias décadas en la Sociedad Geológica del Perú, en su cargo como jefe del departamento de Exploraciones de la Cerro de Pasco Corporation, y a través de Buenaventura Ingenieros, empresa que él promovió para dedicarla exclusivamente a la prospección y exploración minera.

No fue solo la pasión por la minería la que unió a mi familia con él, sino también los orígenes empresariales, que se remontan a las mágicas tierras de Huancavelica. 

Fue allí donde casualmente se originó el nacimiento empresarial de don Alberto con el desarrollo de la mina Julcani en 1953; de Ernesto, mi hermano, en 1951 en la mina Caudalosa Grande, y de mi padre Ernesto Baertl Schütz, quien entre 1917 y 1921 laboró en la mina San Genaro, en Castrovirreyna, para luego en 1942, y después de 21 años en Colquijirca, regresar como gerente de Castrovirreyna Metals Mines.  Nuestras familias se unieron no solo por el amor a la minería, sino también, por el apego a la tierra que los acogió y los forjó profesionalmente.  

Alberto nos relata en sus memorias, que fue en un viaje a Atacocha, en el verano de 1939,  junto al ingeniero Portaro, gerente general de Compañía Minera Atacocha,  que conoció a mi padre, quien estaba junto a Luis Cáceres, ambos emprendedores mineros de una generación anterior a la suya, y a los cuales definió él como una generación “muy trabajadora y a la vez con gran sentido del humor”. 

En dicho primer encuentro, don Alberto nos cuenta que mi padre le dijo: “usted debe conocer a mi hijo Ernesto Baertl Montori, quien está también en la Escuela de Ingenieros”. Sin embargo,  Alberto no recordaba ese nombre, a lo cual mi padre insistió: “le dicen el Pato Baertl, y a mí, el Pato padre”.  Anécdota que don Edgardo me la relató tal cual, cuando lo entrevisté en 1992 durante la preparación de un video de la vida de mi padre, el cual presentáramos semanas después al cumplirse también sus 100 años.

Pasaron los años y fue justamente con mi hermano Ernesto, el Pato, con quien tuvo la relación profesional más frecuente y duradera, debido a que el destino los puso a ambos en la misma época en Huancavelica compartiendo juntos una pasión por el mineral. Su relación se basó siempre en un profundo respeto, cariño y admiración mutua, lo cual se hizo evidente cuando años más tarde, juntos, resolvieron amicalmente una diferencia catastral entre Milpo y Buenaventura.

Durante los años que laboré en Caudalosa Grande pude apreciar la estrecha relación que existía entre las empresas mineras con su entorno social, destacando el grupo Buenaventura y la Corporación Minera Castrovirreyna, en alianza estrecha con el Obispado de Huancavelica.  Por un lado, recuerdo la tesonera labor del Obispo Florencio Coronado, así como de la extraordinaria labor que lideró el Padre Marchon.

Una cualidad innata en Alberto era su perseverancia. Él siempre creyó en su emprendimiento minero de Julcani, y a pesar de que años más tarde muchos le pidieron que abandonara su entusiasmo, y que no continue invirtiendo en ella, él siempre creyó en su instinto y el tiempo le dio la razón. Julcani, se convirtió en una joya de la minería peruana y hasta hoy sigue formando parte del conglomerado de minas que tiene Buenaventura. 

El arraigo y cariño de Alberto por el país y, especialmente por Huancavelica, se hizo evidente en los años 70 cuando impulsó la llegada de la electricidad a dicha región. Fue cuando la hidroeléctrica del Mantaro ya había iniciado operaciones, generando una parte muy importante de la energía que consumía el país, pero que la región Huancavelica, donde ésta se ubica, no recibía un solo KWH y solo se limitaba a ver pasar la línea de alta tensión por encima de la ciudad.

A Alberto esta situación le resonaba como muy injusta por lo que decidió promover el Consorcio Energético de Huancavelica, institución a la que invitó a participar a las demás empresas mineras de la región, para juntos construir una sub-estación eléctrica cercana a la ciudad, gracias a lo cual se hizo posible que la energía llegue a la mayoría de los pueblos, así como a las operaciones mineras de la región.

Sin duda alguna, no causó sorpresa que el día de su fallecimiento en el año 2014, se declarara duelo regional en Huancavelica. 

Era pues, un geólogo dedicado y apasionado, pero al mismo tiempo, un emprendedor y estratega nato, a quien tuve el honor de acompañar en algunas oportunidades, como en el antes mencionado Consorcio Energético en el periodo que yo asumí la Gerencia de Operaciones en la Corporación Minera Castrovirreyna, luego cuando me invitó a participar como director de Buenaventura Ingenieros y, cuando lo acompañé en la promoción y desarrollo del Patronato de la UNI. 

Todos conocemos el éxito de Buenaventura, pero tal vez pocos peruanos saben que detrás de él existió un hombre que no le tuvo miedo a aperturar el accionariado de su empresa y listar en las grandes ligas de la Bolsa de Valores de Nueva York, levantando el capital necesario para llevar a Buenaventura a la gran minería. 

Alberto fue a su vez, un tendedor de puentes, generando acuerdos estratégicos con empresas nacionales y extranjeras, con líderes políticos, con líderes sindicales, con gremios, con la población y con la Iglesia.  Y esto lo logró debido a la confianza que se le tenía, respaldada por su coherencia a lo largo de los años y por su desinteresado amor por el Perú. Cuanta falta nos hace don Alberto hoy, en estos días en que nuestro país se encuentra tan desarticulado. 

A él, se le puede catalogar como un apasionado sereno, quien a través de su trabajo y tenacidad siempre buscó aportar al desarrollo del país. Fue justamente esa combinación armónica de pasión con serenidad, lo que le permitió avanzar siempre hacia adelante, pero a paso firme. No solo fue apasionado en su gestión empresarial, lo fue también en formar gente a su cargo, en aportar a la academia, siendo incluso promotor de la Facultad de Minas de la Universidad Católica, llegando a ser su decano. 

A pesar de su gran pasión por la minería, su verdadera joya era su familia. Elsa, fue su más grande apoyo en toda su carrera y, sus hijos, su motor para no rendirse. 

Tanto Alberto como Elsa venían de familias tradicionalmente muy unidas e interesadas en el desarrollo de nuestro país.  El tio materno de Elsa era nada más y nada menos que Víctor Raúl Haya de la Torre, y paralelamente,  Alberto era sobrino del General Oscar R. Benavides. 

Algo a resaltar en él como persona,  fue la delicada atención y cuidado que Alberto les daba a sus hermanas, así como su extremada preocupación por cultivar la unión con sus hijos.  

Hoy, su familia y amigos lo recordamos, no solo como un gran hombre, sino sobre todo como un peruano que realizó un pacto de unión con las entrañas de nuestro país, y que juró respetarlo y ayudarlo a crecer; y sí que lo logró con creces. 

Así como la fe mueve montañas, los grandes líderes pueden mover el destino de un país. Gracias don Alberto por tu invalorable aporte para que el  Perú tenga un futuro mejor.  Felices 100 años.

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