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AZUFRE EN LAS LLAMAS

Por: Ing. Jorge Olivari Ortega, Membre du Club de Minéralogie de Montréal.

Las sociedades pre-hispánicas que existieron en el actual territorio peruano, utilizaron diversos minerales que sirvieron para confeccionar herramientas, ornamentos, armas, elementos de construcción, también para superar problemas de salud o enfermedades en los seres humanos, asimismo en los animales: uno de estos minerales fue el azufre.

«...aprovechábanse los indios de la piedra azufre, como ahora también lo hacen, sólo para curar la roña de sus llamas o carneros de la tierra...», (Bernabé Cobo, pág. 110).

El azufre está incluido entre los llamados elementos nativos, estos son substancias químicamente puras, las cuales no están combinadas con otras y se pueden encontrar libres en la tierra, se clasifican en dos grupos: los metales que incluyen al oro, plata, cobre y al platino, y los no metálicos que incluyen al diamante, al grafito y al azufre.

A pesar que su composición química es del 100% de azufre, a veces podría contener unas mínimas cantidades de selenio, teluro, titanio, arsénico y substancias orgánicas.

Algunos azufres de color marrón rojizo pueden contener hasta un 5% de selenio.

Este mineral no metálico formado totalmente a partir de un solo compuesto químico, de símbolo S, tiene variados colores, casi siempre amarillo brillante, también amarillo limón, amarillo intenso, amarillo pálido, a veces anaranjado; si contiene algunas impurezas puede tener color algo amarillo verdoso, rojizo, incluso marrón o gris.

Posee un dureza de 1.5 a 2.5 en la escala de Mohs, con un peso específico de 2.0 a 2.1 g/cm³, es un mineral bastante frágil y muy quebradizo, que puede desagregarse con bastante facilidad. El azufre es transparente a translúcido, presentando una rotura irregular, desigual, un poco concoidea, con clivaje basal imperfecto, un poco difícil.

El brillo de este mineral es diamantino, observable en las superficies transparentes, y opaco o apagado en las roturas, también en algunos ejemplares es resinoso o graso.

La raya o color del polvo o de la huella que queda en una tableta de porcelana, al ser frotada una muestra de azufre, es de color blanco.

Es un mineral polimorfo, el cual tiene la competencia de existir en más de una estructura cristalina. El azufre de manera principal adopta la forma α, estable a la temperatura común o frecuente, el cual se modifica lentamente a las formas β e γ.

La formación alotrópica alfa (α) es llamada azufre rómbico y se encuentra a manera de cristales de color amarillo y son transparentes, obtenidos mediante la alteración del azufre elemental, por temperaturas inferiores a los 95.5 ºC.

La forma alotrópica beta (β) es llamada azufre monoclínico, que se distingue porque sus cristales logran formar una especie de agujas finas, siendo estas opacas; es menos estable que el azufre alfa, siendo su punto de fusión 119 ºC.

Se conoce como azufre plástico a la forma alotrópica gamma (γ) siendo esta amorfa, la cual se obtiene al enfriar el azufre fundido en su punto de ebullición.

Los cristales del azufre son admirables pero muy frágiles, debiendo ser manipulados con cierta cautela para recolectarlos y transportarlos, con el simple calor de las manos incluso les puede provocar fisuras, quebraduras o una total desintegración.

Estos grandes cristales, bien formados y gruesos, son bipiramidales o tabulares en el sistema ortorómbico, en forma de prisma, son los más frecuentes. También se pueden encontrar en forma monoclínica, cristales de azufre simétricos en un solo plano.

Se encuentra en tierras volcánicas, como un resultado de la actividad de los volcanes, asimismo de las fumarolas –cráter o abertura volcánica a través de la cual escapan los gases– a veces por la descomposición del hidrógeno sulfurado de fuentes calientes. Asimismo en las rocas sedimentarias de la era terciaria.

«...es muy grande la abundancia que se halla de azufre en todas las Indias, particularmente en este reino del Perú, no sólo en los volcanes que lanzan fuego, sino en innumerables minerales...», (Bernabé Cobo, pág. 110).

Se encuentra al azufre en cristales y además como agregados granulosos, en forma terrosa o gredosa, así como de riñón, pulverulento o polvoriento.

Igualmente, se puede localizar en los combustibles fósiles y minerales como la pirita y la galena, pasibles de separación mediante calentamiento. Asimismo, en cavidades y en los filones, acompañado de la calcita, yeso, calizas, sal gema y otros más.  

Este mineral no metálico que tiene sus orígenes en fuentes calientes y las zonas de oxidación de los yacimientos sulfurados, se combina con otros elementos para formar los sulfuros y los sulfatos; a veces asociado a la celestina, al yeso y a la aragonita.

El azufre funde a los 119 ºC proporcionando un líquido transparente y fluido, a los 200 ºC se modifica transformándose en viscoso y adquiere un color rojo, finalmente a los 274 ºC hierve, cambiando a SO2, utilizado en la fabricación de ácido sulfúrico.

Sillina o sallina era la denominación del azufre en quechua, idioma de los incas. En el tiempo de la existencia del Imperio de los Incas fue muy utilizado para superar la caracha o karacha (sarna en idioma quechua) que padecían especialmente las llamas.

«... un género de sarna que le da al ganado de la tierra...», (Cristóbal de Albornoz, pág. 166).

Inicialmente los invasores españoles llamaron «ganados de la tierra» a las llamas y en forma general a todos los auquénidos andinos existentes en el territorio inca.

«...asimismo en los ganados de la tierra que llaman llamas...», Cristóbal de Albornoz, pág. 165).

La llama es un mamífero de la familia de los camélidos andinos, para los incas fue un animal de principal importancia, especialmente por su carne y por su lana.

Lama glama es el nombre científico de este animal, el cual debió morar en estado silvestre o salvaje y solamente en territorios de América del Sur, pero mencionan que hace unos seis mil años fue domesticado, es decir, para vivir con los humanos.

Este mamífero rumiante de la cordillera de los Andes, de cabeza pequeña y cuello un poco largo y erecto, tiene ojos grandes, igualmente las orejas, que son redondeadas o en forma de plátano; las llamas están recubiertas de una gruesa piel de lana, siendo el pelaje de color blanco, gris, marrón, negro o pelirrojo, o mezclas de estos colores.   

La llama es un animal amable que puede ser amaestrado con facilidad, puede llegar a medir unos 1.80 metros de altura y alcanzar un peso entre los 110 y 200 kilogramos; es un animal que puede adaptarse a diferente medios, en alturas de bajas temperaturas que sobrepasan los cinco mil metros sobre el nivel del mar.

Existen piezas de cerámicas elaboradas por los mochicas –civilización prehispánica que se desarrolló entre los siglos II y VIII en los valles desérticos de la costa norte– que muestran llamas llevando cargamentos; las llamas eran adaptables a estos medios.

Puede estar libre en los pastizales, mezclándose con los guanacos (o huanacos), otro camélido andino, o estar encerrada en los corrales sin ninguna dificultad.

«...llama que es ganado; al pastor dicen llama michec; que quiere decir: el que apacienta el ganado. Para diferenciarlo llaman al ganado mayor huanacullama, por la semejanza que en todo tiene con el animal bravo que llaman huanacu que no difieren en nada sino en los colores...», (Garcilaso de la Vega, pág. 356).

La llama se desenvuelve en manada, pasando la mayor parte de su tiempo en pacer, en comer la hierba que crece en el suelo, siendo supervisados par algunos de estos, garantizando su seguridad y no ser atacadas por animales rapaces, en caso de hacerlo, las llamas adultas se precipitan sobre los rapaces, dándoles golpes con las patas.

La custodia de las manadas de llamas era casi siempre una labor para los jóvenes, ellos estaban armados de sus respectivas hondas para la buena vigilancia.

El labio superior de las llamas es quebrado en su entorno, cada lado funciona como un dedo, que le permite capturar sus alimentos llevándolos hacia el interior del hocico; posee un estómago con tres cavidades, que le posibilitan digerir sin tropiezos plantas duras. Se alimenta de hierbas, granos, frutas y de matas de tallo leñoso.

Las llamas carecen de dientes superiores, no poseen joroba, sus patas delgadas son de dos dedos que las hace parecer agrietadas, corren con una gran celeridad.

Los camélidos andinos –alpaca, llama, guanaco y vicuña– tuvieron un rol importante durante la existencia del Imperio de los Incas, especialmente las llamas.

Este interesante animal proporcionaba carne –rica en proteínas y grasas– para la población; era consumida fresca así como deshidratada, a la cual llamaban charqui.

«...la carne de este ganado mayor es la mejor de cuantas hoy se comen en el mundo; es tierna, sana y sabrosa; la de sus corderos de cuatro, cinco meses mandan los médicos dar a los enfermos, antes que gallinas ni pollos...», (Garcilaso de la Vega, pág. 356).

La lana de las llamas era utilizada para confeccionar gruesas mantas que servían para arroparse, para elaborar cuerdas resistentes, para fabricar diversas bolsas: el pellejo o cuero servía para las suelas de sus calzados llamados ojotas, una especie de sandalias.

El estiércol o excremento, llamado taquia por los incas, era utilizado como combustible, este era acondicionado en terrenos apropiados para su futuro uso.

La llama era utilizada como animal de carga, podía transportar de 45 a 65 kilogramos de peso, hasta una distancia de 20 kilómetros por día. En el incario, estos camélidos llevarían los minerales de las minas hacia los ingenios para su molienda.

Muchas veces las llamas adquirían la enfermedad llamada de la caracha o karacha. En el periodo denominado chacra conacuy correspondiente al mes de julio, que era donde se efectuaban el reparto de tierras para acondicionar los sembríos, era también la época donde se iniciaban muchas veces la epidemia de la caracha en las llamas.

«...y en este mes entra y comiensa mejor temple pero anda pistelencia en los grandes y rricos y en las mugeres, salud de niños. Y entra pistelencia en los ganados y se muere muchos de carachi ci no les cura los pastores en este rreyno...», (Guamán Poma de Ayala, pág. 240 tomo I).

La caracha es un mal contagioso, semejante a la sarna, que en determinado momento afecta a las llamas y a otros camélidos andinos, es una erupción cutánea con picazón.

Esta infección de la piel es causada por unos ácaros, arácnidos de dimensiones muy pequeñas, de dos milímetros a menos de uno de longitud, llamados sarcoptes scabie, psoroptes comunis y chorioptes bovis, los cuales perjudican a todos los camélidos.

Una primera consecuencia era que las llamas no lograban desarrollar el peso ni la lana que se esperaba obtener de estas, que eran muy importantes en la sociedad inca.

Comenzaba este mal en los lugares considerados húmedos del animal y que estaban protegidos de los rayos solares, como axilas e ingle, donde incubarían los parásitos.

No había excepción de edad y sexo para contraer la caracha, tal vez los más tiernos eran los más dispuestos. Las llamas muy afectadas morían por este mal o por las complicaciones al tener problemas para alimentarse, la boca también se veía aquejada y no podían ingerir sus alimentos con normalidad, debilitándose hasta su muerte.

Las llamas tienen el hábito de revolcarse en lugares de concurrencia de la manada, esto propiciaba la rápida propagación de los parásitos que ocasionaba el contagio, más aún en el «verano andino» que correspondería a los meses de abril a septiembre.

La caracha o karacha, luego del desarrollo de los parásitos en las llamas, comienza con la inflamación en la zona que se encuentran estos; la irritación, el escozor y la caída de la lana, son los primeros síntomas, afectando la alimentación y el descanso.

En el periodo designado en la sociedad inca como Oma Raimi Quilla, equivalente al mes de octubre, mes de la fiesta de orígenes o principal, curaban la caracha en la llamas.

«...y en este mes an de trasquilar ouexas de Castilla como de la tierra, pacos y curar carachis...», (Guamán Poma de Ayala, pág. 1233 tomo III).

En la época inca, las diversas enfermedades que ocurrían en sus animales, como la caracha en las llamas, eran producidas a su entender por seres inmateriales, que en un determinado momento y por alguna razón, eran los causantes de estas.

Los hampicamayoc, de los términos quechua: hampi, remedio y camayoc, encargado, eran los responsables de curar esta caracha, ellos utilizarían el azufre para lograrlo, lo usaban como desinfectante o bactericida, con la finalidad de acabar con los ácaros responsables de la caracha; probablemente también, con la creencia de que su olor nauseabundo acabaría con este mal y espantaría a los seres maléficos.

El azufre funde fácilmente a 112.8 ºC, al ser quemado produce una llamarada de color azul que desprende gases tóxicos de un olor muy desagradable, lo que es debido a la emanación del anhídrido sulfuroso, a consecuencia de la oxidación natural.

Existen minerales muy parecidos, por la forma arenosa y por el color, al azufre, como el oropimente, la copiapita y la greenockita, pero se diferencian por su baja dureza, su fragilidad y su punto de fusión, además de liberar un gas picante SO2.

Otro camélido andino domesticado en contagiarse con la caracha seria la alpaca, que posee una lana más fina que la obtenida de la llama, porque es suave y no encoge. De la alpaca se puede obtener de1.5 a 2.5 kilos de lana cada dos años.

Es importante aclarar o puntualizar que la lana de la llama, así como su carne y grasa, no produce sífilis, afirmación carente de base científica, que trajeron los españoles. Estos arriban al territorio inca en 1532 y, con ellos, una retahíla de enfermedades desconocidas en ese entonces que exterminó a miles de seres humanos, también trajeron animales –cerdos y ratas– que eran portadores de otros males.

«...año de mil quinientos y cuarenta y cuatro y cuarenta y cinco, entre otras plagas que entonces hubo en el Perú, remanecio en este ganado, la que los indios llaman caracha, que es sarna; fue crudelísima enfermedad, hasta entonces nunca vista; dábales en la bragada y en el vientre; de allí cundía por todo el cuerpo, haciendo costras de dos, tres dedos en alto; particularmente en la barriga, donde siempre cargaba más el mal…», (Garcilaso de la Vega, pág. 357).

La plaga de caracha surgida ya con los españoles en tierras incaicas, la trataban de superar con fuego artificial, con preparados a base de mercurio y con el azufre, el que se utiliza hasta la actualidad como desinfectante, entre otros usos industriales.

Bibliografía

Albornoz, Cristóbal de. 1989. «Instrucción para descibrir todas las guacas del Pirú y sus camayos y haziendas». Historia 16. Madrid, España.

Cobo, Bernabé. 1890. «Historia del nuevo mundo». Imp. de E. Rasco. Madrid, España.

Guamán Poma de Ayala, Felipe. 1987, «Nueva crónica y buen gobierno», Historia 16. Madrid, España.

Vega, Garcilaso de la. 1998. «Comentarios reales de los incas». Editorial Porrúa. México D.F., México.

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