Por: Silvana Nuñez, comunicadora social.Los muros, bóvedas, cúpulas, paredes, claustros y habitaciones de sillar de colores azulino, blanco, rojo, amarillo y naranja encierran la leyenda mágica de una hermosa ciudadela donde monjas de clausura vivieron intensas e inimaginables historias de fervor, devoción y, en algunos casos, de tradición familiar. El Monasterio de Santa Catalina fue creado el 10 de septiembre de 1579 cuando el virrey Francisco Toledo accede a la petición del Cabildo y otorga las licencias necesarias para la fundación del claustro de monjas privado de la Orden Santa Catalina de Siena, siendo nombrada como primera ingresante y priora del convento a doña María de Guzmán.En 1580, de Guzmán recibe los hábitos y es reconocida como fundadora, de ahí en adelante mujeres de la sociedad, con mucho dinero y también muy pobres ingresaron como novicias para convertirse en monjas de clausura.Durante dos siglos y por los terremotos que hubo en la época virreinal, los claustros y celdas del Monasterio de Santa Catalina construidos en un área de 20 mil metros cuadrados, sufrieron modificaciones, agregados y nuevas edificaciones, que han convertido a esta ciudadela en un verdadero muestrario de la arquitectura colonial de Arequipa. También fue refugio de mujeres y niños durante el siglo XIX, por las asonadas y levantamientos populares que sacudieron a la Blanca Ciudad y en las postrimerías de la llamada Guerra del Pacifico. Esta impresionante ciudadela con una edificación única en el mundo, tras trescientos noventa y un años de clausura, la han visitado millones de turistas de todo el planeta, desde que fue abierta al público en 1970. Las monjas accedieron a que este Patrimonio Cultural de la Humanidad sea admirado y se hizo posible gracias al apoyo de la empresa privada, específicamente de Promociones Turísticas del Sur S.A., que realiza constantes labores de restauración, conservación, museología y acondicionamiento para garantizar su preservación. Una de las privilegiadas en visitar el monasterio de Santa Catalina antes de su apertura, fue la escritora y luchadora social francesa Flora Tristán, quien pasó una temporada en Arequipa en 1834, en un fallido intento por recibir la herencia de su padre, el coronel Mariano Tristán y Moscoso, permaneciendo en el claustro seis días, gozando de la hospitalidad de las religiosas, luego de que el obispo de Arequipa le otorgara un permiso especial. Ingresar a una celda es redescubrir el pasado de cientos de religiosas que tuvieron una vida llena de devoción y quizá también de sufrimiento. Todo tenía su lugar y estaba estratégicamente ubicado, sus camas, un espacio para la oración y meditación, cocina y comedor. En algunos casos las celdas eran compartidas por tres monjas, cuando existían lazos familiares. Sor Ana de los Ángeles Monteagudo En el mundo hay aproximadamente 3,600 conventos de monjas de clausura y las que estuvieron en el Monasterio de Santa Catalina, evidenciaron un estilo impresionante, desarrollaron sus vidas en silencio y orientadas a la búsqueda de Dios, tarea a la que se entregaron fervientemente, en tanto que otras se sacrificaron por sus familias. Sor Ana de los Ángeles Monteagudo fue una religiosa muy especial, ella fue entregada a las hermanas catalinas a los tres años de edad para que sea educada, posteriormente a los 11 años retornó a su hogar y a los 16 decide incorporarse al convento como novicia, su hermano Francisco pagó la dote y su vida transcurrió entre la oración, el arduo trabajo apostólico, la serenidad y paciencia en los sufrimientos. Durante toda su trayectoria como religiosa tuvo predicciones y también hizo milagros. Tras su muerte estos continuaron, especialmente entre fieles que padecían alguna enfermedad y tuvieron a bien encomendarse a la beata o tocaban alguna de sus prendas y reliquias, en procura de la desaparición de sus males. Todos estos hechos motivaron a las monjas catalinas a unir testimonios y presentar una petición el 19 de julio de 1686 a seis meses de su muerte para que la venerable monja pase a ser la primera santa de los arequipeños. Luego de 299 años de su muerte, fue beatificada en Arequipa por el Papa Juan Pablo II en 1985, por haber llevado una vida cristianamente ejemplar y digna de ser recordada. Hoy en día, en el monasterio hay una sala especial de interpretación de Ana de los Ángeles Monteagudo donde se custodia un busto de la beata sobre la base de la reconstrucción facial a partir de su cráneo y el uso de técnica fotogramétrica y digitalización 3D. La arquitectura colorida del monasterioLos claustros, los techos de tejas, suelos empedrados, calles, plaza, fuentes de agua, bóvedas, cúpulas y jardines, forman parte de este admirado recinto monumental que conserva con celo cada espacio para enriquecer su propia historia. Hay turistas aficionados a la fotografía que pasan horas perennizando la luz que los muros reflejan en distintos momentos del día, gracias al sol, para obtener imágenes tan variadas como espectaculares de un mismo rincón. La visita nocturna también es otro deleite, sobre todo aquellas guiadas y teatralizadas, constituyéndose en una novísima manera de conocer Santa Catalina.En el recorrido noctámbulo que se realiza entre julio y agosto se pueden observar a personajes vestidos a la usanza de la época colonial, que cuentan su historia de cómo y porque llegaron al monasterio, inclusive las guías lucen trajes y atuendos coloniales para acompañar adecuadamente a los visitantes. Apelando a un imaginario retroceder en el tiempo, se logra vivir una experiencia inolvidable. El encanto de las cocinasComo si no hubiera pasado el tiempo, aún se aprecia el tiznado y el hollín en las paredes y techos de las cocinas, por los fogones que se encendieron hace cuatro siglos con leña y carbón, están ahí como muestra del arte culinario que también supieron desarrollar las religiosas y no es difícil imaginar la manera como preparaban los mejores potajes. Aún están los hornos de barro donde las madres preparaban pan fresco muy de madrugada. Una construcción que data del siglo XVII y que primero fue una capilla se convirtió a partir de 1871 en una cocina comunitaria, llamada también la cocina grande, donde permanece un viejo pozo de agua clausurado , hay vetustas chombas o vasijas que se usaban para recolectar el agua, canastas para pan, incluidas algunas ollas de barro, jarros, asaderas, cantarillas, un batan de piedra pulida y redondeada que consta de otra pieza móvil de menor tamaño con la que se molían a pulso los granos y especias. Uno ingresa a este lugar apacible y se transporta a los siglos ya vividos, donde quizás unas diez monjas transitaban rápidamente y con mucho entusiasmo para preparar los alimentos. Una ventana muy pequeña les brindaba la luz del amanecer y una planta natural decoraba todo este entorno mágico. Aquí se respira nostalgia, se entremezclan los aromas, en un abrir y cerrar de ojos parecen percibirse risas, voces suaves y angelicales, a tal punto que los paladares podrían prepararse para degustar los más deliciosos platos. Pinturas y obras de arte En el Monasterio de Santa Catalina, existe un museo que guarda una de las muestras más importantes de arte religioso del continente, incluye una pinacoteca que contiene obras de la Escuela Cuzqueña, máxima expresión de la fusión de los sentimientos y valores de dos culturas: la incaica y la española. Los artistas de los siglos XVI al XVIII desplegaron una extraordinaria habilidad artística y artesanal en destacadas obras de inspiración religiosa, muy famosas por su originalidad, la profundidad de la expresión y el uso del oro en su acabado. Desde que se abrió al público el 15 de agosto de 1970, las visitas al histórico recinto son innumerables y el recorrido tiene una duración aproximada de una hora y media. En Santa Catalina, se respira paz, recorrerlo sin prisas es fascinante, se trata de una ciudadela dentro de la ciudad, tiene un magnífico trabajo de restauración y conservación, es un lugar espectacular con singulares contrastes de colores que inspiran la mejor fotografía y, sobre todo, una arquitectura inigualable.