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MINAS AURÍFERAS AZTECA E INCA

Por: Ing. Jorge Olivari Ortega, Membre du Club de Minéralogie de Montréal.

Oro en las sociedades prehispánicas

Entre los metales existentes en el planeta que habitamos, el más interesante es el oro, que fue conocido, obtenido y transformado por gran número de sociedades que surgieron en el continente americano, antes del arribo de los europeos. 

En esos momentos –siglo dieciséis– existían dos grandes imperios en el nuevo continente: el azteca y el inca, estos eran dos sociedades esclavistas, que según algunos, en vías a otra forma económica-social siguiente y superior, denominada feudalismo, los europeos que arribaron pertenecían a esta última sociedad. 

Hasta el mencionado siglo, el continente americano era desconocido para los europeos, sin embargo, los logros alcanzados en el conocimiento del oro, en las técnicas mineras para obtenerlo y en la orfebrería, eran muy similares en ambos.

Algunas sociedades prehispánicas, entre ellas la azteca y la inca, establecieron una afinidad entre el oro y el sol, por su color amarillo, por su brillo metálico y por su durabilidad. Tenían diversas creencias sobre el origen de este metal: que eran sus lágrimas, su sudor, incluso sus heces, solidificados al caer en la Tierra.

El oro se encontraba muy esparcido en sus territorios, pero casi siempre en bajas proporciones, generalmente en rocas con contenido de cuarzo –filones de oro–, así como en los cauces de los ríos, en estos depósitos –placeres auríferos– que son producto de la erosión de los filones, se podían encontrar las pepitas de oro.

Este metal dorado era extraído de las arenas auríferas mediante lavado en bateas; las partículas de oro son más pesadas que las impurezas y las arenas que los acompañaban, estas caían al fondo de las bateas cuando se realizaba el lavado.

En estas operaciones se podía encontrar oro nativo, con pureza de hasta 99.9%. 

También estas arenas auríferas fueron explotadas mediante unos empedrados que se realizaban en el interior del lecho del río, en ausencia de lluvias.

Se construían con piedras achatadas y dispuestas como lo están las tejas de un tejado, que unas se apoyen sobre las otras, en el mismo sentido de la corriente de las aguas, en el empedrado se lograba atrapar entre sus intersticios, las partículas de oro arrastradas por las aguas de los ríos durante la época de lluvias.

Pasada las lluvias el caudal del río descendía y permitía deshacer el empedrado y recoger el material atrapado en los espacios, se lavaba este y se obtenía el oro. 

Asimismo construían canales empedrados con dimensiones e inclinaciones para el buen discurrir de las arenas auríferas, logrando que se desuna esta con la ayuda del agua, donde las partículas de oro, que son más pesadas, queden en el fondo del canal, en los intersticios o espacios libres del empedrado.

El material se lavaba en bateas para eliminar impurezas, quedando solo el oro. 

Otra técnica minera consistía en represar aguas de los ríos o quebradas cercanas al yacimiento aurífero en algún reservorio, luego se descargaban bruscamente para que arrastre el material hasta los canales empedrados situados en la parte más baja, el material atrapado se lavaba eliminando el estéril y se obtenía el oro. 

El material aurífero de los filones era triturado y luego pulverizado, para luego lavar el producto y obtener el metal, aunque esta forma de recolectar oro fue muy limitada.

Dos propiedades importantes de este metal, que lograron conocer los prehispánicos fueron la maleabilidad y la ductilidad que les permitió elaborar sus primeros ornamentos, con solo machacar el metal. Con la maleabilidad se podían elaborar extensas láminas de oro, con la ductilidad largos finos hilos.

Las piezas más antiguas laminadas encontradas datan de los años 1800 a.C.  

El oro obtenido por los mineros era entregado a los orfebres prehispánicos que lograron determinar empíricamente, que su punto de fusión era de unos 1,063 ºC, y que incluso podía alearse con otros metales, como con el cobre y la plata.

Lograron elaborar piezas de oro con el método hoy llamado «cera pérdida»,  consistente en formar un modelo de arcilla que lo cubrían con cera, volviéndolo a recubrir con arcilla. Se calentaba para hacer fluir la cera y luego se vertía el oro fundido por los agujeros del modelo, para rellenar el espacio dejado por la cera. 

Enfriado el metal se eliminaba la arcilla y se obtenía la deseada pieza de oro.

Un 12 de octubre de 1492, los españoles llegan al nuevo continente y empiezan a instalarse en las islas de Cuba y La Española, donde la población se extingue con rapidez por la excesiva explotación y por las enfermedades de los europeos. Exploran el nuevo continente y logran oro mediante trueque, pero querían más.

Los españoles querían saber casi de inmediato, luego de conquistar a los aztecas y después a los incas, saber de dónde y cómo obtenían el oro o metal dorado. 

¿Cuál fue la primera mina azteca de oro que conocieron los españoles?

El 8 de febrero de 1517, la expedición naval española al mando de Francisco Hernández de Córdova, llegó a las costas de la península de Yucatán, en la actual República de México. Un año después, el 1 de mayo, Juan de Grijalva siguió la misma ruta, incluso llegó a obtener piezas de oro mediante trueque, además, es informado que en el interior de la región, había mucho oro.

Finalmente, el 10 de febrero de 1519, Hernán Cortés, llegó al cabo Cotoche, en Veracruz; con él iban 508 hombres. La conquista de los aztecas era una realidad.

En unos primeros contactos con los naturales del territorio azteca, obtuvo oro mediante trueque, a través de un intérprete preguntaba sobre este metal precioso.

«…si había minas en aquella tierra de oro y plata, y como tenían y de donde aquello poco que tenían…», (Francisco López de Gómara, pág. 93).

Ellos le respondían que no tenían minas, ni buscaban oro, solo lo que hallaban de casualidad, pero que más adentro, había mucho de este metal precioso. 

Para los habitantes del territorio azteca, el oro era concebido como una materia sin valor, lo consideraban como algo divino «excremento de los dioses», en cambio para los invasores españoles, su posesión era sinónimo de fortuna.

Teocuitlatl significaba oro en náhuatl, idioma de los aztecas.

Hernán Cortés ordenó a su gente –como estrategia– que para los siguientes intercambios, no debían mostrar demasiado interés por el oro.

«…mandó pregonar en el real que ninguno tomase oro, so penas graves, sino que todos hiciesen que no lo conoscían o que no lo querían, porque no paresciese que era codicia, ni su intención y venida a sólo aquello encaminaba…», (Francisco López de Gómara, pág. 89).

En su primer contacto con un importante funcionario azteca –Teudille– Cortés le mencionó su interés de visitar al emperador Moctezuma, incluso preguntó sí el poseía oro, porque lo necesitaba para curar a varios de sus soldados, ya que el oro les curaba las afecciones o dolencias del corazón.

«…Cortés le preguntó si Moctezuma tenía oro. E como respondió que sí, «envíeme dice, dello; ca tenemos yo y mis compañeros mal de corazón, enfermedad que sana con ello…», (Francisco López de Gómara, pág. 92).

Para el habitante prehispánico intercambiar oro por chucherías, era un acto sencillo de un valor de uso por otro, que lo podían utilizar como amuletos. Para el español que arribó al nuevo continente, era un cambio complejo –en su pensamiento– de un valor de cambio menor por otro mayor, que lo podía utilizar como riqueza. El oro para los prehispánicos no tenía un valor comercial.

Debemos mencionar que casi todas las civilizaciones surgidas en el mundo, tuvieron alguna idea de cómo superar las enfermedades presentadas, utilizando para tal fin, todo aquello que les rodeaba, entre ellos los minerales.

Muchos pensaban como los españoles que arribaron al nuevo territorio, llamado después América, que los astros tenían cierta influencia sobre todo lo existente en la Tierra: la Luna sobre la plata y demás cosas frías y húmedas, el planeta Mercurio sobre el azogue y también sobre todo aquello que tiene facilidad para cambiar, como el camaleón, las ágatas, etc.

El Sol como príncipe y señor entre las estrellas, sobre el oro y toda aquella cosa que sea preciosa y excelente en cada género, como el corazón del ser humano.

«…del sol rescibió el oro su resplandor, hermosura, excelencia y señoria, sobre todos los metales, dél participó el ser amigo del corazón, sobre quien el sol tiene tanto predominio…», (Juan de Cárdenas, pág. 114).

Los españoles que avanzaban hacia Technotitlán, la capital del Imperio Azteca, ubicado a más de 2,000 m.s.n.m., debieron tener problemas al respirar un aire de escaso oxígeno (mal de altura), lo más probable, sintiendo molestias en el corazón ¿esa sería la razón para solicitar oro a Moctezuma? 

¿Mal de altura o soroche habrían tenido los españoles en territorio inca, razón por la cual le solicitarían oro al inca Atahuallpa o fue por su rescate?

Moctezuma II era el gobernador del Imperio Azteca desde 1502, cuando invadieron su territorio los españoles. Se encontraría con Hernán Cortés en Tenochtitlán –capital imperial– el 8 de noviembre de 1519, quien poco después, con gran capacidad diplomática, logra arrestarlo.

«...estando Cortes e otros capitanes con el gran Montezuma teniéndolo en palacio, entre otras pláticas que le decía con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar e Orteguilla, le preguntó que a que parte eran las minas, e en que ríos, e como y de que manera cogían el oro que lo traían en granos, porque quería enviar a vellos dos de nuestros soldados, grandes mineros...», (Bernal Díaz del Castillo, pág. 253).

El gobernante azteca Moctezuma proporciona a Hernán Cortés, información sobre los yacimientos mineros y luego envía por un espacio de 40 días varias expediciones a los lavaderos de oro, estas expediciones estaban compuestas por dos españoles y por dos aztecas, todos con experiencia minera.

El español Gonzalo de Umbría, al mando de una primera expedición, partió la primera semana de diciembre de 1519, hacia la región llamada Zacatula o Zuzula (en la desembocadura del río Balsas, entre Michoacán y Guerrero). En tres ríos observaron trabajos mineros, tomando muestras del material aurífero.

Probablemente llegarían a la parte norte del actual estado de Oaxaca, donde hoy están ubicados: San Jerónimo Sosola, San Juan Sosola y San Mateo Sosola.

«...y allí les mostraron tres ríos y todos trajeron muestras de oro y muy buena...», (Hernán Cortés, pág. 219).

Al retorno, pasaron por la región Tamazulapa (noroeste del estado Oaxaca).

Una segunda expedición, al mando de Diego de Ordás más diez españoles, se dirigió hacia la zona de Malinaltepeque o Marinaltepec (noroeste de Oaxaca), sacando muestras de material aurífero de un gran río.

«...ansimesmo me trajeron muestras de oro de un río grande que pasa allí pasa...», (Hernán Cortés, pág. 220).

Diego Pizarro que contaba con unos 25 años, comandó una tercera expedición con cuatro españoles: Barrientos, Cervantes el Chocarrero, Heredia el Viejo y Escalona el Mozo, y cuatro aztecas. Todos ellos fueron a una región llamada Chinantla (al este de Oaxaca), la cual no era controlada por Moctezuma. 

En esta zona eran de lengua chinanteca y el gobernador era Coatlicamatl, quien solo permitió la entrada de los españoles, porque los aztecas eran sus enemigos.

«...y les mostraron siete u ocho ríos de donde dijeron que ellos sacaban oro, y en su presencia lo sacaron los indios...», (Hernán Cortés, pág. 220).

Una cuarta expedición (al parecer, comandada también por Diego Pizarro y Andrés de Tapia, o parte de la anterior), fue a una región llamada Tuchitepeque o Tuxtepec, probablemente en Coatzacoalcos, muy cerca de Veracruz.

«...allí les mostraron otros dos ríos de donde ansimismo sacaron muestras de oro..», (Hernán Cortés, pág. 221).

Se podría afirmar, que la primera mina de oro azteca visitada por los invasores españoles, podría estar ubicada en la región Zacatula o Zuzula, pues Gonzalo de Umbría y sus compañeros, fueron los primeros en retornar.

Unos 10 o 12 días duró la expedición, ellos lograron observar en el lugar como lavaban el material aurífero en las riberas de los ríos con unas bateas.

«...lo cogían con unas xicales, e que lavan la tierra para que allí queden unos granos menudos después de lavado...», (Bernal Díaz del Castillo, pág. 219).

A diferencia de la conquista del Imperio Azteca, que era no conocido por ellos, la conquista del Imperio Inca, veinte años después, fue más planificada, porque los españoles ya tenían una mayor información de esta sociedad.

¿Cuál fue la primera mina inca de oro que conocieron los españoles? 

Las primeras noticias que tuvieron los españoles acerca de los incas datan más o menos del año l511; ellos llegan al nuevo continente el 12 de octubre de 1492. 

El 20 de enero de 1531, Francisco Pizarro con 180 hombres y 37 caballos partió de Panamá con rumbo definitivo a la conquista del Imperio de los Incas.

Los invasores españoles al mando de Francisco Pizarro logran en forma inesperada, rápida y fácil, capturar al inca Atahuallpa el 16 de noviembre de 1532 en Cajamarca, ubicada en el norte del Perú. 

Atahuallpa en cautiverio, es obligado a proporcionar información de los lugares de mayor producción de oro y del modo de explotar los yacimientos auríferos.

«...las minas del Collao eran de aquel cabo del Cuzco y eran más rica, porque sacavan della oro en granos grandes, y no se lavava el oro, más del río lo sacavan en granos... Dixo más el cacique (Atahualpa) que el oro que sacan de aquel río (del Collao) no lo cogen en bateas antes los cogen en unas acequias que hacen salir de aquel río que lava la tierra que tienen cavada: y assi mesmo quitan el agua de aquella acequia como esta lavada, y cogen el oro y los granos que hallan que son muchos: y esto yo lo oy muchas vezes: porque a todos los indios de la tierra del Collao que lo preguntavan dezian que esto era assi verdad...», (Cristóbal de Mena, pág. 166-168 Tomo I). 

Francisco Pizarro y los españoles llegaron por primera vez al Cusco, la capital del Imperio Inca, el 14 de noviembre de 1533, al día siguiente dispone que de inmediato se visite la región aurífera del Collao (sureste del actual Perú), designando para dicha misión a Diego de Agüero y Pedro Martínez de Moguer.

Los dos españoles tardaron 40 días en su viaje, retornando al Cusco el 24 de diciembre, presentando un informe sobre esta visita. 

Previamente llegaron al lago Titicaca y desde allí se dirigieron a las ricas minas de oro del Collao, pero sin indicar con exactitud donde quedaban.

Desde la parte sureste del lago Titicaca se podrían haber dirigido: 

a. Hacia el nevado de Ananea (departamento Puno-Perú) a unos 80 km.  

b. Hacia el nevado Illimani (departamento La Paz-Bolivia) distante unos 140 km.

La distancia del Cusco hasta el nevado de Ananea es de unos 650 km. y hasta el nevado de Illimani unos 680 km. En ambos existen ricos yacimientos auríferos y con características topográficas y geológicas muy similares.

Las operaciones mineras fueron observadas por los dos españoles mencionados. 

«...están las minas en la caja de un río, a la mitad de la altura hecho a modo de cueva, a cuya boca entran a escarbar la tierra y la escarban con cuernos de ciervos y la sacan fuera con ciertos cueros cosidos en forma de sacos o de odres de pieles de oveja. El modo con que la lavan, es que sacan del mismo río una seriola de agua, y en la orilla tiene puesta ciertas losas muy lisas, sobre las cuales echan la tierra y echada sacan por una canaleta el agua de la que viene a caer encima y el agua se lleva poco a poco la tierra; y se queda el oro en las mismas losas y de esta suerte la recogen...», (Pedro Sancho de la Hoz, pág. 332 Tomo I).

Los únicos datos proporcionados por estos dos españoles, que hubieran servido para ubicar el lugar exacto, han sido que las minas auríferas estaban más allá del lago llamado por ellos Chuchiabo, y que además de lavaderos de oro, existían operaciones mineras subterráneas, siendo la mayor, la de Guarnacabo.

El lago llamado Chuchiabo, una alteración del aimara chuquiabo o chuquiapo: chuqui, oro y apo, señor, también era llamado Chucuito o Titicaca, esta última calificación por la isla existente en el lago y que tenía por nombre Titicaca.

Guarnacabo es una alteración de Huayna Cápac, los mineros les habrían referido a los españoles, que estaban trabajando el yacimiento aurífero de este inca. 

Los socavones o las cuevas observadas por los españoles tenían entre 10 y 20 brazas de longitud (una braza equivalía a l.6718 m.), con una abertura suficiente para el ingreso y salida de una persona; trabajaban en estos, hasta 50 mineros. 

También gran número de pozos con honduras similar al del tamaño del minero.

El material aurífero (arena, pequeñas piedras y partículas de oro) obtenido de los socavones y pozos, logrados con ayuda de los cuernos de ciervos, que servían como barreta, punta o cincel, eran sacados en sacos de pieles de auquénidos andinos como llamas o guanacos, y llevados hasta ciertos canales empedrados.

Estos canales empedrados eran construidos con cierta inclinación para lograr el fácil discurrir del material con ayuda del agua. En estos se lograba desmenuzar el material, quedando solamente las partículas de oro atrapadas en sus intersticios. 

El agua necesaria para lavar el material aurífero provenía de las lagunas situadas en las cercanías del nevado, las cuales eran canalizadas en unas acequias y luego conducidas hasta unas cochas o reservorios. Cuando el empedrado estaba lleno del material aurífero, se procedía a retirar las piedras y recoger este material y llevarlo a un lugar especial, para lavarlo en unas bateas, donde finalmente se obtenía el oro. Cori significaba oro en quechua, idioma de los incas.

“...los españoles sacaron de aquellas minas una carga de tierra y la trajeron al Cuzco sin hacer otra cosa, la cual fue lavada por el Gobernador...”, (Pedro Sancho de la Hoz, pág. 332 Tomo I).

Esta mina de oro conocida por los españoles estaría en el nevado de Ananea.

Con las visitas a estas minas azteca e inca por parte de los aventureros invasores españoles, comienza el final y la destrucción de las sociedades prehispánicas. 

El oro se convirtió en el elemento principal de este imperecedero suceso. 

Bibliografía

Cárdenas, Juan de. 1988. «Problemas y secretos maravillosos de las indias». Alianza Editorial. Madrid, España.

Cortés, Hernán. 1993. «Cartas de relación». Editorial Castalia S.A. Madrid, España.

Díaz del Castillo, Bernal. 1992. «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España» Espasa Calpe S.A. Madrid, España.

López de Gómara, Francisco. 2003. «Historia de la conquista de México». Editorial Océano. México D.F., México.

Mena, Cristóbal de. 1969. «La conquista del Perú, llamada la Nueva Castilla». Editores Técnicos Asociados S.A. Lima, Perú.

Sancho de la Hoz, Pedro. 1969. «Relación para su Majestad de lo sucedido en la conquista y pacificación de la Nueva Castilla y de la calidad de la tierra». Editores Técnicos Asociados S.A. Lima, Perú. 

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